De un tiempo a esta parte es común leer cómo se ha abandonado
el rigor y la calidad académica. Se hace una crítica de problemas complejos
desde una lógica simplista, con un
reduccionismo tan lamentable que muestra el nivel al que se ha descendido.
Criticar a la Política es un ejercicio fácil pues no encuentra respuesta de
aquella. Se siembra así en la ciudadanía la idea de una Política penosa en la
que abundan protagonistas mediocres.
La semana pasada el señor Alberto Vergara ha publicado en El
Comercio un artículo titulado “Crispación sin crisis” en el cual lamenta el
nivel al cual ha llegado la clase política peruana. En el mismo señala
temerariamente que los políticos
peruanos “lucen altivos el barro oportunista y angurriento del cual están todos
hechos”. No me extraña que se pronuncie así. El señor Alberto Vergara es un
politólogo peruano y por tanto no es excepcional que descienda a la
calificación generalista. En el Perú este tipo de actitudes es un lugar común y
demuestra el nivel poco riguroso en que se encuentra la academia.
El señor Vergara dice sentirse asombrado del nivel
intelectual encontrado en políticos colombianos y lo dice como consecuencia de un
evento al cual tuvo la oportunidad de asistir. Es cierto, el nivel en Chile,
Colombia, México y Argentina en el promedio es alto, cultural e intelectualmente. Sin embargo el
señor Vergara olvida tocar un tema importantísimo. En esos países también hay
universidades de primer nivel, politólogos que se manejan con mucho respeto y que
tienen un nivel académico de talla mundial. No es poca cosa que los cuatro
países nombrados tengan universidades entre las mejores 500 del mundo, en tanto el Perú no tiene ni una. Y también
tienen think tanks de primer nivel, que
aportan ideas para el debate público convirtiéndose muchas de ellas en
políticas públicas exitosas.
La clase política peruana es en parte consecuencia del actual
sistema universitario, un sistema en el
cual, según se pudo demostrar en el reciente debate sobre la Ley Universitaria,
abundan las burocracias endogámicas y reeleccionistas, la mediocridad y la
argolla, la corrupción y el afán de lucro. No hay centros de ideas importantes
que aporten cosas sustantivas para el complejo debate regional, por ejemplo. En
tanto Colombia tiene un Centro de Estudios Regionales de categoría mundial como
el CIDER de la Universidad de los Andes o el Observatorio de Prospectiva y
Pensamiento Estratégico de la Universidad Externado, Chile tiene un Centro de Políticas Públicas
como el de la Universidad Católica por aquí hay grupos de amigos organizados
administrativamente que no apuestan por la diversidad de ideas ni producen algo
que enriquezca el debate público. Es cierto que tenemos islas académicas de
excelencia pero son tan pocas que pasan, literalmente, desapercibidas.
Es cierto, por tanto, que en el Perú haya pobreza en el
debate protagonizado por políticos. Pero esa pobreza no es exclusiva de los
políticos, también es académica. El sistema universitario y los think tanks
elevan la valla en el debate público en Chile, Colombia, México y Argentina.
Aquí las argollas ahogan ese debate cuando alguien intenta marcar la
diferencia. Se aprovechan de sus contactos en los medios para descalificar
intentos de marcar la diferencia como pasó con los notables estudios de la
Universidad del Pacífico sobre programas sociales o previsionales o de la
marcha de la economía que resultaron insoportables para el promedio
acostumbrado a la consultoría gubernamental, la argolla y la complacencia.
Uno de nuestros graves
problemas es la calidad del debate público, ausente de ideas es cierto. Y,
repito, esto no es exclusivo de la política. La academia peruana hace tiempo
que claudicó de uno de sus roles: ser conciencia crítica del país. Más fácil le
resulta criticar y –cómo no- generalizar.
Juan Sheput
Artículo publicado en la revista Velaverde edición |101 del 9 de febrero del 2015
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