Adolfo Suárez y la Transición Democrática
Inmersos como estamos en asuntos
de coyuntura, han sido muy pocos los medios de comunicación que han cubierto,
como lo merecían, las exequias y recuerdo de Don Adolfo Suárez, expresidente de
España, recientemente fallecido.
Contra lo que se podría pensar
existe una relación entre la trayectoria de Suárez y nuestro país y tiene que
ver con la forma como se conduce una transición democrática. Tiene que ver pues
el ambiente de crispación y odiosidad que prima aún en el escenario político
peruano, desde la caída del régimen de
Alberto Fujimori, se debe a que no ha
habido una transición democrática que incluya no sólo los elementos necesarios
de la reconciliación sino una nueva Constitución o una modificación dramática
de la existente.
Sobre el que no haya habido una
transición como corresponde es responsabilidad de muchos. Entre otros,
principalmente, de algunos miembros del gabinete de Don Valentín Paniagua que, contra los deseos de este, se
volcaron a llamar como “gobierno de transición” a lo que fue una simple
transferencia democrática. Me consta, al igual que a distinguidos acciopopulistas como Alberto
Velarde o Victor Andrés García Belaúnde, que el expresidente Paniagua fue enemigo de la
denominación “gobierno de transición” y que más bien tuvo la grandeza, propia
de hombres de Estado, de llamar a su gobierno como de transferencia del poder,
a pesar de ser constitucionalmente impecable en sus orígenes y ejecución. El
llamar como “de transición” a un gobierno que no lo fue redujo a su mínima
expresión a un proceso complejo y nos condenó a no buscar la reconciliación y
el cambio constitucional como debió haber sido.
En nuestro país será muy difícil una
civilizada convivencia democrática en tanto la transición esté pendiente. Los
fujimoristas se niegan torpemente a un cambio constitucional y sus enemigos se
niegan a cualquier trato con ellos. El encono está en ambos lados lo cual
produce un inmovilismo en las reformas necesarias para darle un nuevo formato
político al Estado y nos lleva al enfrentamiento permanente. Lo más lamentable
es que este encono no es propio del mundillo político sino también del
intelectual, en el cual nuestros principales exponentes en lugar de desempeñar
un papel de guía o de faro en medio de la oscuridad se empeñan en odios
infantiles y ausencias de perdón o reconciliación nacional.
Hay, en ese sentido una gran
diferencia con protagonistas de ese periodo cumbre en España como Adolfo Suárez
o Felipe González, gigantes de la política. Cuando nombrado presidente el primero,
no excluyó a nadie del proceso de reconciliación nacional, a pesar de haber
atravesado con el franquismo uno de los periodos más sangrientos y crueles de
los últimos años de la historia de España. Lo mismo sucedió con Felipe González
otro gran actor de la Transición española. Ambos estuvieron a la altura de la
responsabilidad exigida por el Rey Juan Carlos de brindar a los españoles la
partida de nacimiento de una España unida y reconciliada. Entender lo que es
una transición no es materia difícil si leemos una anécdota contada por el
mismo Felipe respecto a su significado e importancia.
Cuenta Felipe González que en una oportunidad que bebía una cerveza
con Václav Havel en un bar tradicional de Batrislava, éste, que atravesaba por
un momento complicado en Checoslovaquia, le pidió que le explicara cómo había sido su
experiencia en España. González le dijo: “Como hombre de letras que es usted,
me va a permitir que le cuente una anécdota escueta que le hará comprender cómo
fue la Transición de España. Mire, al mes de tomar posesión como presidente del
gobierno, me tuve que desplazar a Sevilla para asistir al entierro de mi
suegro. Al pie de la escalerilla del avión, un señor se me presentó: “señor
presidente estoy a sus órdenes, soy el comisario encargado de su seguridad”. Le
di la mano y lo saludé por su nombre y le dije adelante. Al escuchar su
apellido, me preguntó lívido: “¿Me conoce usted?”. “Claro, claro –le respondí-. Usted me detuvo y me llevó
preso en Octubre de 1974”. Descompuesto, el comisario intentó improvisar una
explicación, pasando por un momento realmente difícil. Le dije que se
tranquilizara, que no se preocupe en absoluto y que siguiera adelante, cumpliendo con su
deber”. Al terminar mi pequeño relato,
Václav Havel se me quedó mirando y me dijo “Ya comprendo, no hace falta que me
explique más, ahora sé el sentido de una Transición”.
Este es un ejemplo de lo que
hacen los grandes hombres de Estado. Lo mismo podríamos decir de Mandela y la
reconciliación sudafricana. A ello habría que agregar, nada más, que para que
existan estos procesos estelares se requiere de hombres de la talla de Adolfo
Suárez o Felipe González, en otras palabras se requiere de Políticos, así,
engalanados con una mayúscula, que lamentablemente por el momento, en el Perú, no tenemos.
Juan Sheput
Artículo publicado en Diario 16