La izquierda perdió las
elecciones del 2016. Sin embargo, a la luz de lo que venimos observando, es la
que viene gobernando. Tienen congresistas en el parlamento que se reparten en
varias bancadas, han copado con titulares a varios ministerios y predominan en
sus actos y resoluciones en organismos como el Tribunal Constitucional, la
Fiscalía de la Nación, la ONPE y el Jurado Nacional de Elecciones. Goza de
apoyo mediático, de oenegés y también de activistas, muy bien remunerados, en
las redes sociales. Para todos los efectos la izquierda es gobierno.
De cómo llegaron a gobernar nos
ocuparemos en otro momento. Lo que importa ahora es señalar una situación que
viene pasando desapercibida, la que indica que cuando la izquierda llega al
poder así, de manera indirecta, lo hace destruyendo el tejido institucional del
país, para así generar las condiciones para no marcharse. Ya hay señales de
ello.
Hace unos años Enrique Krauze
señalaba en la extraordinaria revista Letras Libres, la forma como se
comportaba Hugo Chávez en Venezuela. El artículo se llamaba “El poder y el
delirio” y en él indicaba que, para poder consolidarse en el poder, Hugo
Chávez empezó por la confiscación de la palabra pública, es decir, por acallar
en todos los medios de comunicación a los opositores y, por otra parte,
instaurar un discurso de odio que polarizó el país. A los críticos los llamó “voceros
del pesimismo”, algo muy similar a los “doctores en pesimismo” que acabamos de
escuchar por aquí. De esa manera evitaba críticas a su manejo incompetente y
corrupto del gobierno, mientras se consolidaba en el fervor popular al
inaugurar una política de dádivas y prebendas que volvió dependiente del
gobierno al pueblo venezolano.
La crisis desatada por la
pandemia del coronavirus es el pretexto perfecto para profundizar en este deseo
de querer perpetuarse en el poder. De hecho, ya está siendo utilizado por otros
gobernantes autoritarios para pretextar su permanencia un mayor tiempo en el
gobierno. El mes pasado, el Washington Post editorializaba que las democracias
en el mundo se debilitarán si es que postergan elecciones y alertaba sobre aquellos
gobiernos que, so pretexto de la pandemia, postergaban procesos electorales o
manifestaban sus deseos de hacerlo. El Washington Post instaba a que se
siguiera el ejemplo de Corea del Sur y se hiciera el mayor esfuerzo para no
alterar los calendarios electorales.
En el Perú se juntan los deseos
de algunos parlamentarios (no podemos asegurar que sean mayoría) con los del
gobierno para justificar una postergación de elecciones el próximo año, así
como las preguntas que inducen una respuesta favorable a la postergación que
hacen algunos periodistas afines al gobierno. Si a estos hechos le agregamos la
vocación histórica del populismo de izquierda de hacerse de los gobiernos por
la “vía democrática” y luego destruir el orden constitucional perpetuándose,
pues nuestra obligación como demócratas es estar alertas.
En ese sentido conviene recordar
un par de viejos aforismos: primero, las democracias son mortales, y segundo, no
hay peor ciego que el que no quiere ver.
Juan Sheput
Este artículo se ha publicado en El Montonero del 14 de mayo del 2020
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