Al oficialismo le encanta
comparar los niveles de popularidad del presidente Humala con los de sus dos
predecesores. Se jactan de encontrarse por encima de aquellos que no contaron
con los gigantescos recursos económicos con los que cuenta el gobierno actual. Sin
embargo en los últimos días guardan silencio. No dicen lo que ya se evidencia.
Que, a diferencia de los dos presidentes anteriores, Alejandro Toledo y Alan
García, que incrementaban su popularidad conforme se acercaban al fin de su
mandato, el presidente Humala desciende mes a mes sus índices de aprobación. Mientras
Toledo y García culminaron sus gobiernos con indicadores por encima del 50%
todo parece indicar que Humala seguirá en caída libre. Es una clara señal que
los ciudadanos sienten, perciben que, a diferencia de los gobiernos del pasado reciente,
el de Humala entregará al país en peor situación.
El legado de Humala se empieza a
notar con los síntomas de gravedad social que vive la nación. No sólo hizo de
la traición una costumbre sino que se empeñó en servir a aquellos a los cuáles
ofreció combatir. Con lo que va de su gobierno los indicadores económicos han
empeorado tanto como los indicadores sociales. Se ha incrementado la influencia
de los poderes fácticos. La inseguridad ciudadana es la normalidad con su sintomatología de
asesinatos, robos y sicarios. La corrupción empieza a transmitir un hedor que
ya no se puede controlar y el desorden y la protesta confirma a un gobierno sin
talento político, que va a la deriva.
El gobierno del presidente Humala
no ha entendido lo que es el poder. Giulio Andreotti, apodado Luzbel por ser
implacable en lo político, siete veces Primer Ministro de Italia, decía en uno
de sus celebrados aforismos que “el poder, efectivamente, desgasta… pero al que
no lo tiene”. Amigo de los papas, hombre que comulgaba todos los días, pero a la vez íntimo de Toto Riina, el “capo
di tutti capi”, Andreotti sabía lo que decía.
El desgaste que sufre el gobierno
es porque no sabe ejercer el poder y habría que preguntarse si lo tiene
todavía. Por lo pronto conserva, por el momento, un buen número de congresistas
pero día a día pierde legitimidad. Las amenazas, gritos o insultos de algunos
ministros ya se ven como pintorescos. Han perdido la credibilidad y no son
interlocutores válidos. La oposición tiene la oportunidad de ejercer el poder
con responsabilidad, evitando un mayor deterioro del país.
El poder también desgasta a
quiénes no lo entienden. Los advenedizos en política creen que el poder es
eterno. Ignoran lo elemental, que el poder es lo más parecido a un péndulo, hoy
lo tienes, mañana no se sabe. Y en la creencia que el poder es para siempre
cuando lo detentan se dedican a criar enemigos, ignorando otra máxima de la política,
la de saber atraer adversarios y buscar convertirlos en aliados. Ya todo parece
una comedia. Por eso los meses que faltan para el cambio de gobierno, algunos los empiezan a ver con la angustia del
condenado, como si fuera una cuenta
regresiva.
Juan Sheput
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