Mi artículo publicado hoy en la revista Velaverde tiene que ver con los 800 años que hoy, 15 de junio, cumple la Carta Magna británica:
800 años de la Carta Magna
Entre Windsor y Londres, en medio
de las aguas del Támesis, fue firmada hace 800 años la celebérrima Carta Magna.
Fue vista como un documento de paz. La violencia desatada por Juan Sin Tierra
entre los barones del reino tenía que tener un límite y este nació cuando los
nobles dijeron basta y redactaron, con el apoyo del Obispo de Canterbury, un documento que por primera vez ponía
límites a quien no deseaba ningún tipo de topes para ejercer su poder, el Rey
de Inglaterra.
Desde su nacimiento se convirtió
en un mito. No sólo originó un periodo de turbulencias sino que encontró a un
grupo dispuesto a defenderla. En un contexto como el medieval, en que había que
ser especialmente valiente para enfrentar la furia de los reyes, el que la
comunidad de barones del reino nombraran a veinticinco nobles para que
ajusticiaran al Rey si es que se oponía a su cumplimiento, fue la base de las
monarquías constitucionales y del parlamentarismo.
La Carta Magna fue el origen de
preceptos que contribuyeron al crecimiento y fortalecimiento de la democracia
en el mundo occidental. El primero, y más recordado, es que nadie está por
encima de la Ley, ni siquiera el monarca. También el derecho a juicio. Sobre
ambos se ha construido una arquitectura institucional que hace de Gran Bretaña
una nación donde prima la confianza y se respetan los estatutos.
La Carta Magna fue el documento que inspiró otras grandes
manifestaciones de la civilización: La Declaración de Derechos en los Estados
Unidos en 1791 y la Declaración de los derechos del Hombre y el Ciudadanos en
1948. A pesar de sus ocho siglos de vigencia ha sido apoyo y fuente de
inspiración para gigantes como Thomas Jefferson, Mandela o Ghandi quienes
apelaron a ella para sostener sus planteamientos de justicia o libertad.
Al recordar los 800 años de la
Carta Magna no podemos dejar de lado una reflexión sobre nuestra pequeñez
política. El Perú se debate entre gobernantes improvisados que buscan artimañas
y leguleyadas para escapar del imperio de la Ley o de la rendición de cuentas. Padecemos
de un tinglado político preocupado del interés personal o de la riqueza
monetaria antes de la avidez por la historia y la trascendencia. Vemos día a
día la debacle de nuestro sistema político y somos incapaces de reconocer que
la actual Constitución no da para más y que es necesario reformularla. Mientras en Gran Bretaña la academia, la
política y las élites se sienten orgullosas de mantener vigente el espíritu de
los barones que se enfrentaron al poder absoluto en 1215 en el Perú la academia
compite con la política en medianías y lugares comunes y las élites simplemente
no existen.
No todo está, sin embargo
perdido. Recordemos las grandes instituciones del mundo occidental para buscar
reaccionar y brindarle así al país las bases para un resurgimiento cívico y
constitucional.
Juan Sheput
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