Otra forma de hacer política
Hasta la Constitución de 1920
cada ministro exponía su plan ante el Congreso para lograr la confianza. Desde
la Constitución de 1933 es el Presidente del Consejo de Ministros el que, en
nombre de todo su gabinete, sustenta ante
el pleno del Congreso de la República la propuesta de agenda de gobierno para
buscar la confianza de la representación nacional. La búsqueda de la confianza,
que en algún momento fue un “voto de esperanza”
gracias a la genialidad del Senador
Luis Alberto Sánchez ante un cambio de posición de Haya, ha llevado a
los presidentes del Consejo a tomar diversas actitudes en relación a sus
adversarios, algunos enconados, otros, ingenuamente, dispuestos a conversar.
El que el presidente de la
República nombre a un nuevo Presidente del Consejo de Ministros no
necesariamente debe llevar al gobierno a repetir un ritual. Conversar con todos
no necesariamente fortalece al oficialismo. Aislar al adversario sí. Lo primero
es simplemente la percepción de triunfo ante lo que es simplemente ganar
tiempo. Lo segundo es delinear la cancha y elegir “quien es el enemigo” en
términos caros a Carl Schmitt.
El que el presidente del gabinete
Pedro Cateriano visite y converse con todos los grupos políticos no lo
fortalece a él. Fortalece a los visitados, pues les otorga el papel de decidir
a qué lado de la balanza quieren que se ladee el voto de confianza. El
visitador perderá poder, si en lugar de aceptación encuentra indiferencia o abstención.
El visitador ganará, más bien, poder y legitimidad si, en términos
comparativos, obtiene más votos a favor que todos sus antecesores. El visitador
ganará sí o sí, cuando consigue aislar a sus adversarios, nucleando votos
amistosos y convirtiendo a su causa a los dudosos, dejando al resto de
parlamentarios en el lugar que corresponde: el de la oposición.
Ese es el camino por el cual
optaron antes Manuel Ulloa, Sandro Mariátegui, Carlos Ferrero, Henry Pease y
Javier Velásquez Quesquén, entre otros presidentes del Consejo de Ministros de
los últimos 34 años que cerraron filas con aliados, convencieron a los dudosos
y optaron por aislar a sus opositores. La oposición sufrida por Fernando
Belaúnde, Alejandro Toledo y Alan García, en relación al aprismo los dos
primeros y a la mayoría bulliciosa de un nacionalismo con refuerzos potentes de
la izquierda el tercero, no tiene punto de comparación con la ambigüedad y peso
político del actual parlamento.
Por lo tanto hablar con todos no
es el mejor camino y mucho menos el único. No otorguemos atributos políticos a
lo que es simplemente un ritual. Los últimos 4 presidentes del consejo de
ministros se dedicaron a conversar y luego de su paso por el premierato lo
único que consiguieron fue dejar tras de ellos un gobierno más confundido. Es
lo que está pasando en estos momentos, en donde el fujimorismo le disputa al
aprismo el liderazgo de una oposición que reclama la ciudadanía como
instrumento para detener a un gobierno que cree que puede hacer lo que quiere. Una
democracia requiere, siempre, de una oposición fuerte y diferenciada. Y en ese
sentido el fujimorismo le está ganando la partida al aprismo.
No espero nada diferente del
nuevo gabinete. Siguen haciendo lo mismo, lo cual garantiza que, a decir de
Einstein, siga resultando en lo mismo. Esperar lo contrario, señala el físico,
es síntoma de locura.
Juan Sheput
Publicado en revista Velaverde del 20 de abril del 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario