¿Tenemos alcaldes?
Si tenemos que atenernos a la
etimología de la palabra corrupción encontraríamos muchas respuestas al estado
de descomposición que vivimos en el mundillo de los gobiernos locales.
Corromper viene del latín corrumpere
que significa “con ruptura” y que ilustra las desviaciones que podrían ocurrir,
en algunas administraciones municipales, respecto a la normalidad.
Los alcaldes del país, en su
mayoría, han corrompido el objeto de sus funciones. Ya no se trata de mejorar la
calidad de vida de sus ciudadanos, ello ha quedado en segundo plano, sino de
obtener la mayor cantidad de renta, de dónde sea. Se abusa de la obra física
que, como bien señalan organismos internacionales como el Banco Mundial, suelen
ser, cuando no hay controles, focos de
corrupción. Pero lo peor no está allí sino en la forma como conciben el
ejercicio municipal. En los últimos días, a manera de ilustración, he tenido la
oportunidad de leer sendas entrevistas a diversos alcaldes de la ciudad. Desde
Surco hasta Surquillo, pasando por Magdalena o los distritos de Lima Norte o
Sur, todos, absolutamente todos hablan de las oportunidades para la inversión
en inmuebles comerciales o para oficinas que piensan impulsar en su localidad. Entusiasmados,
indican la disponibilidad de terrenos y
si no los hay de los planes que tienen para obtenerlos, todo sea en nombre de
los nuevos centros comerciales o bloques de oficinas con los que sueñan para su
comunidad. Esto es una distorsión por completo de la función municipal. Lo
único que significa es que los alcaldes ni siquiera controlan sus ansias
recaudadoras de rentas olvidando por completo su función de generar bienestar
para la vecindad.
Es necesario en este sentido
comparar, tener otro plano de referencia, con el comportamiento de alcaldes de
otras ciudades, en otros países. En Medellín, Bogotá y Cali en Colombia; en Guayaquil
en Ecuador; en Valparaíso y Puerto Montt en Chile, los alcaldes también están
preocupados por los terrenos, pero no para hacer grandes centros comerciales ni
bodoques de cemento para oficinas sino para hacer espacios públicos para la
comunidad. Si no tienen los terrenos disponibles los compran, sí señores los
compran, pues el objetivo es construir la biblioteca y no la playa de
estacionamiento; la piscina pública y no el strip-mall; el parque para la
recreación y no el centro comercial; los espacios deportivos y no los bloques
de oficinas. Saben perfectamente que siendo sus dramas, al igual que nosotros salud,
transporte y seguridad, pues la provisión de espacios públicos ayuda a
organizar y desarrollar mejor la vida de la comunidad.
Aquí no. En nuestro país lo
meritorio es la obra física, esa que sirve para satisfacer las proyecciones de
ingresos de empresas de construcción e inmobiliarias y –cómo no- de algún
funcionario corrupto. La cultura, el bienestar, la calidad de vida de los vecinos, eso en nuestro país
simplemente no importa, pues para lograr elegirse basta con el clientelismo que
se financia con lo que sobra de la obtención abusiva de rentas, a costa de la
comunidad.
Juan Sheput
Artículo publicado en revista semanal Velaverde
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