domingo, 16 de septiembre de 2012

Una niña muerta, a propósito del asesinato de Soraida

Rocío Silva Santisteban manifiesta su indignación respecto a la muerte de la niña Sorayda Caso en la última operación armada de las fuerzas de intervención en el VRAEM. Compartimos su pesar y, por supuesto, su indignación. Consideramos que más allá de comunicados esta es una de las mejores maneras de protestar por la muerte de nuestros compatriotas, que no pueden pasar desapercibidos ni ser indiferentes ante ellos, tal y como viene ocurriendo.
A continuación reproducimos el excelente artículo de Rocío Silva Santisteban en su columna dominical del suplemento Domingo de La República:

Una niña muerta



Zoraida: ese era su nombre. Pero no sabemos con exactitud si se escribe con S o con Z, si el apellido es Caso o Ccaso y si el materno es Asperrín o Asparán. No sabían los gobernantes que mientras la ministra de la Mujer y la primera dama cargaban a dos hermanitos que venían del Vraem en un avión de guerra, el cuerpo de la hermana de ambos estaba tirado en un barranco mientras lentamente se iba descomponiendo. La sola idea me abruma, me tortura, me da miedo. La idea de que esa niña estaba muerta y abandonada mientras la madre, acusada de terrorismo, venía a Lima con los dos hijos respectivamente inscritos en colegio y programa del Vaso de Leche, pero sospechosos de ser “pioneritos”, nos debe dar vergüenza a todos como peruanos y como peruanas.  ¿Y de qué manera el gobierno salió a pedir perdón por este error? De ninguna manera. Mientras escribo estas líneas los congresistas Fredy Otárola y Carlos Delgado dan una conferencia de prensa y tratan de justificar lo injustificable: dice que tienen información de que las balas que atravesaron el cuerpo de 8 años de Zoraida no son de las armas del Ejército Peruano ni de la Policía Nacional, pero aún no está lista la necropsia. Además explican las razones de la “sesión reservada” del Congreso y acusan al fujimorismo de utilizar políticamente este hecho.
No me gusta estar alineada junto con el fujimorismo en este tema, pero ¿acaso todo es producto de la utilización mediática de un cadáver inocente? ¡Todos tenemos la obligación de indignarnos ante un atropello a los derechos de los niños de esta índole! Y por supuesto también indignarnos al ver que los hermanos fueron manipulados para que la ministra de la Mujer y la primera dama salgan en la foto cargando a ambos niños, cuyo padre ha tenido que viajar a Lima para reclamarlos. ¿Quién está detrás de todo esto?, ¿a qué “asesor” de prensa o de comunicación se le ocurrió que era importante que ambas mujeres carguen a los niños que venían con su madre mientras se llamó a todos los medios para la foto de rigor? Un asunto fue hacerlo con los primeros niños pioneros, pero repetir el tema, la foto, la escena, la escenografía, era simplemente una idea descabellada; por eso ahora, que ha reventado la noticia de la muerte de Zoraida salpicando a todos, la abyección de esa escena cobra ribetes operísticos.  
“Yo he actuado de acuerdo a mis competencias: me señalan que debo ir a recibir a tres niños y a dos mujeres que habían sido trasladadas de la zona del Vraem, producto de un operativo de las fuerzas combinadas. Pero no sé más, la información deben pedírsela a los ministros del Interior y de Defensa”. Lamentables declaraciones de una ministra. ¿Quién le puede señalar a una ministra de la Mujer lo que debe hacer?, ¿el premier o el presidente de la República?, ¿la primera dama?, ¿los servicios de inteligencia? A su vez, casi en la misma línea del párrafo que no termina de pronunciar, Ana Jara trata de eludir su responsabilidad diciendo que les pregunten a los otros ministros porque ella “no sabe si la niña fue muerta en su casa o fuera de su casa”. ¿Esto se llama gobernar?, ¿es esta persona la representante de las garantías que el Estado peruano debe darles a todos los niños y demás “poblaciones vulnerables”?
No podemos seguir cayendo en incoherencias vergonzosas. No es necesario cargar a dos niños para subir en popularidad. Esto no es inclusión, es circo. Esta situación amerita, por lo menos, que el más alto representante del Estado peruano salga a pedir perdón. Y que esta vez sí se investigue, encuentre y sancione a los responsables de esta atroz muerte, sean policías, soldados, terroristas o campesinos. Ni un muerto más. Menos, muchísimo menos, una niña.

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