Un interesante informe del diario El País señala como la prestigiosa Human Rights Watch denuncia los maltratos laborales y sanitarios de las empresas mineras chinas en Zambia, en lo que se conoce como el cinturón del cobre.
No es un caso aislado. Aquí también sucede, en Perú, y lo señala el propio reportaje. La inversión china no se caracteriza por su respeto a los derechos laborales, condiciones de vida y practicas de respeto ciudadano. Sin embargo los países que sufren de este mal trato chino callan. China ha sido muy eficiente en invitar políticos y empresarios, en presionar a través de lobbies y todo eso genera silencio cómplice. Claro, para que eso suceda, se requiere de una clase política de muy bajo nivel.
El reporte lo repoducimos a continuación:
Prohibido criticar a China
A finales del año pasado la organización de derechos humanos Human Rights Watch (HRW) publicó un informe en el que denunciaba los abusos laborales de las compañías mineras chinas en Zambia. El país africano cobija, con la vecina República Democrática del Congo, una de las mayores reservas de cobre y cobalto del mundo en el llamado cinturón del cobre del continente africano. Por tanto, por su imperiosa necesidad de hacer acopio de materias primas, China es el principal inversor en el sector minero de la región.
El informe de HRW denuncia el incumplimiento sistemático de la legislación laboral por parte de las compañías mineras chinas: desde jornadas interminables con salarios míseros a la ausencia de unas mínimas condiciones de seguridad, desde un trato denigrante a los trabajadores a una actitud corporativa abiertamente hostil contra los sindicatos. Las conclusiones de HRW coinciden, mayormente, con lo que nosotros vimos -meses antes- en ese mismo país durante nuestra investigación allí, la cual también abordaba las condiciones laborales en las minas chinas.
Disturbios en las minas chinas en Zambia.
Y claro, en cuanto el informe vio la luz, ardió Troya. Dos académicos de Hong Kong de reconocida trayectoria en el seguimiento de las relaciones entre China y África, desautorizaron por escrito y públicamente el informe y acusaron a HRW y al autor de la investigación de faltar a la verdad: por su inadecuada metodología, por seguir la corriente mediática dominante (occidental, se entiende), por llegar a conclusiones tendenciosas y por tratar a China con distinto rasero, entre otras. Insinuaron incluso que el informe tiene tintes racistas.
O sea, que una organización seria y de prestigio, la cual me consta que tiene un estricto sistema de filtros y aprobaciones antes de que uno de sus informes vea la luz, y el trabajo de un investigador que viajó tres veces a Zambia, invirtió un año y entrevistó a 170 personas, lo tiran abajo dos teóricos sentados en su poltrona universitaria con argumentos más que discutibles. Suele ser habitual un lenguaje vitriólico -cuando no ofensivo- entre los que defienden a China a capa y espada, pero con ello no logran necesariamente argumentar mejor.
Durante nuestra presencia en Zambia comprobamos que, pese a que el coloso asiático es el principal inversor, crea puestos de trabajo y construye infraestructuras, no terminan de ser aceptados por las comunidades locales. ¿Raro no? Pero claro, hay una explicación: las condiciones laborales de sus empresas allí son claramente “las peores”, como nos dijeron a nosotros los afectados y tal cual reza el informe de HRW. Hay huelgas salvajes, violencia y accidentes con frecuencia, e incluso ha habido tiroteos, heridos y muertos. O lo que es lo mismo: la conflictividad es muy superior a la de su competencia zambiana, india o canadiense.
Huelga salvaje. Uno de los 11 mineros zambianos heridos por los disparos con arma de fuego de los patronos chinos en una mina china en Zambia, octubre de 2010.
Llama asimismo la atención que el nuevo presidente, Michael Sata, ganara las elecciones el pasado otoño con un discurso antichino y que, precisamente, su granero de votos estuviera en ese cinturón del cobre donde se encuentra buena parte de la inversión china en el país africano. El informe Chinese Investments in Africa: A Labour Perspective, realizado por sindicatos en 10 países africanos, incluido Zambia, llegó también a conclusiones arrolladoras: “tendencias que son comunes en los negocios chinos en África incluyen unas tensas relaciones laborales, actitudes hostiles hacia los sindicatos, violaciones varias de los derechos de los trabajadores, unas pobres condiciones de trabajo y casos de discriminación y de prácticas laborales injustas”. ¿Ecos de un colonialismo con características chinas?
Lo hemos visto en otros lugares: en Perú, en Birmania, en la República Democrática del Congo, en Mozambique... Conflictos laborales a largo plazo, la forma despótica en que las empresas estatales chinas administran su posición de fuerza y un desprecio habitual por los individuos: todo ello explica que nada erosione más la imagen de China en el exterior que sus formas y lógica laborales. Si hay imperio de la ley, sociedad civil e instituciones fuertes, China respeta la legalidad; si no hay todos esos contrapesos, como ocurre en tantos países del mundo en desarrollo, ocurre exactamente lo que se denuncia en el informe de HRW.
Finalmente, al aproximarnos a cómo China aborda la cuestión laboral a nivel doméstico, quizá sea conveniente saber que Pekín no fijó un salario mínimo hasta el año 2004. También vemos que mientras la curva del PIB de los 30 últimos años ha crecido exponencialmente, la curva de salarios se ha mantenido prácticamente plana, con la excepción de varias subidas desde 2008 para aliviar las tensiones sociales que provocan las desigualdades. ¿La brecha entre una curva y la otra no es lo que los economistas llaman “explotación laboral”? Aunque, realmente, no hace falta ponerse tan teórico: no hay más que ver cómo son hoy las condiciones en la fábrica del mundo para entender la sensibilidad laboral del régimen chino.
Por tanto, los profesores de Hong Kong, y tantos otros a los que les salta el automático cuando leen una crítica contra China, pueden ver la cuestión desde distintos ángulos y con todos los matices que quieran, minimizando o incluso ignorando lo obvio. También pueden decir, si quieren, que China es una democracia de referencia y que las condiciones laborales que las mineras estatales chinas ofrecen en sus proyectos en Zambia son un ejemplo para todos. Pero para un periodista digno de tal nombre, más si ha comprobado sobre el terreno y con sus propios ojos lo que acontece, no puede conformarse con poner la linterna debajo del foco. Su obligación es alumbrar los rincones oscuros.
El informe de HRW denuncia el incumplimiento sistemático de la legislación laboral por parte de las compañías mineras chinas: desde jornadas interminables con salarios míseros a la ausencia de unas mínimas condiciones de seguridad, desde un trato denigrante a los trabajadores a una actitud corporativa abiertamente hostil contra los sindicatos. Las conclusiones de HRW coinciden, mayormente, con lo que nosotros vimos -meses antes- en ese mismo país durante nuestra investigación allí, la cual también abordaba las condiciones laborales en las minas chinas.
Disturbios en las minas chinas en Zambia.
Y claro, en cuanto el informe vio la luz, ardió Troya. Dos académicos de Hong Kong de reconocida trayectoria en el seguimiento de las relaciones entre China y África, desautorizaron por escrito y públicamente el informe y acusaron a HRW y al autor de la investigación de faltar a la verdad: por su inadecuada metodología, por seguir la corriente mediática dominante (occidental, se entiende), por llegar a conclusiones tendenciosas y por tratar a China con distinto rasero, entre otras. Insinuaron incluso que el informe tiene tintes racistas.
O sea, que una organización seria y de prestigio, la cual me consta que tiene un estricto sistema de filtros y aprobaciones antes de que uno de sus informes vea la luz, y el trabajo de un investigador que viajó tres veces a Zambia, invirtió un año y entrevistó a 170 personas, lo tiran abajo dos teóricos sentados en su poltrona universitaria con argumentos más que discutibles. Suele ser habitual un lenguaje vitriólico -cuando no ofensivo- entre los que defienden a China a capa y espada, pero con ello no logran necesariamente argumentar mejor.
Durante nuestra presencia en Zambia comprobamos que, pese a que el coloso asiático es el principal inversor, crea puestos de trabajo y construye infraestructuras, no terminan de ser aceptados por las comunidades locales. ¿Raro no? Pero claro, hay una explicación: las condiciones laborales de sus empresas allí son claramente “las peores”, como nos dijeron a nosotros los afectados y tal cual reza el informe de HRW. Hay huelgas salvajes, violencia y accidentes con frecuencia, e incluso ha habido tiroteos, heridos y muertos. O lo que es lo mismo: la conflictividad es muy superior a la de su competencia zambiana, india o canadiense.
Huelga salvaje. Uno de los 11 mineros zambianos heridos por los disparos con arma de fuego de los patronos chinos en una mina china en Zambia, octubre de 2010.
Llama asimismo la atención que el nuevo presidente, Michael Sata, ganara las elecciones el pasado otoño con un discurso antichino y que, precisamente, su granero de votos estuviera en ese cinturón del cobre donde se encuentra buena parte de la inversión china en el país africano. El informe Chinese Investments in Africa: A Labour Perspective, realizado por sindicatos en 10 países africanos, incluido Zambia, llegó también a conclusiones arrolladoras: “tendencias que son comunes en los negocios chinos en África incluyen unas tensas relaciones laborales, actitudes hostiles hacia los sindicatos, violaciones varias de los derechos de los trabajadores, unas pobres condiciones de trabajo y casos de discriminación y de prácticas laborales injustas”. ¿Ecos de un colonialismo con características chinas?
Lo hemos visto en otros lugares: en Perú, en Birmania, en la República Democrática del Congo, en Mozambique... Conflictos laborales a largo plazo, la forma despótica en que las empresas estatales chinas administran su posición de fuerza y un desprecio habitual por los individuos: todo ello explica que nada erosione más la imagen de China en el exterior que sus formas y lógica laborales. Si hay imperio de la ley, sociedad civil e instituciones fuertes, China respeta la legalidad; si no hay todos esos contrapesos, como ocurre en tantos países del mundo en desarrollo, ocurre exactamente lo que se denuncia en el informe de HRW.
Finalmente, al aproximarnos a cómo China aborda la cuestión laboral a nivel doméstico, quizá sea conveniente saber que Pekín no fijó un salario mínimo hasta el año 2004. También vemos que mientras la curva del PIB de los 30 últimos años ha crecido exponencialmente, la curva de salarios se ha mantenido prácticamente plana, con la excepción de varias subidas desde 2008 para aliviar las tensiones sociales que provocan las desigualdades. ¿La brecha entre una curva y la otra no es lo que los economistas llaman “explotación laboral”? Aunque, realmente, no hace falta ponerse tan teórico: no hay más que ver cómo son hoy las condiciones en la fábrica del mundo para entender la sensibilidad laboral del régimen chino.
Por tanto, los profesores de Hong Kong, y tantos otros a los que les salta el automático cuando leen una crítica contra China, pueden ver la cuestión desde distintos ángulos y con todos los matices que quieran, minimizando o incluso ignorando lo obvio. También pueden decir, si quieren, que China es una democracia de referencia y que las condiciones laborales que las mineras estatales chinas ofrecen en sus proyectos en Zambia son un ejemplo para todos. Pero para un periodista digno de tal nombre, más si ha comprobado sobre el terreno y con sus propios ojos lo que acontece, no puede conformarse con poner la linterna debajo del foco. Su obligación es alumbrar los rincones oscuros.
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