El discurso oficialista nos recuerda permanentemente que estamos en el mejor de los mundos. Nuestro país, y China, son los baluartes del crecimiento mundial según palabras del señor Alan García. La crisis pasará y no nos afectará, porque estamos en excelente situación, dice el mismo presidente acompañado de sus personeros.
Sin embargo la realidad es otra. Alan García no aprende que la realidad no se cambia con palabras ni con maquillaje de las cifras. La realidad siempre se impone y si no lo cree que le pregunte a Alberto Fujimori.
La situación en el país, a pesar que en los últimos tres años hemos tenido los mayores ingresos económicos de toda nuestra historia, está de mal en peor. Aunque otros se resisten a decirlo, es el costo perverso de la corrupción, que se ha generalizado en todo el aparato del Estado. El mal ejemplo cunde, y si este viene de las altas esferas peor.
En la última semana se han dado diversas señales de deterioro en las cuáles los más humildes, los más pobres, llevan la peor parte.
Han muerto catorce soldados en el Valle del Río Apurímac-Ene (VRAE) y el ministro Ántero Flores sólo atina a balbucear que se cambiará de estrategia.
Un grupo de 40 niños y dos profesores caen de un puente colgante sin mantenimiento y el ministro de transportes y comunicaciones Enrique Cornejo ni siquiera balbucea pues no sabe que decir.
Sigue la ola de accidentes de tránsito producto de la incompetencia de los dos primeros años en que el MTC estuvo a cargo de Verónica Zavala, y los familiares de los fallecidos no saben a quien acudir.
En tanto el premier Yehude Simon de repetitivo ya perdió la seriedad y el presidente Alan García, siempre tan locuaz cuando bebe cerveza o corta una cinta, se corre de los grandes problemas. Que no nos sorprenda que así es Alan García, un nadador de piscina, que requiere la calma de las aguas tibias, y que se desespera y no se sabe conducir en aguas tormentosas, con problemas, como sí lo sabía hacer su antecesor Alejandro Toledo.
Los muertos siguen ocupando la agenda. Los muertos de los más pobres, esos a quién nadie escucha en el gobierno de los ricos de Alan García.
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