Terrorismo y narcotráfico
Con el narcotráfico viene
sucediendo algo similar a lo que acontecía con el terrorismo: como aún no lo “sentimos
cerca” prima la indiferencia sobre los acontecimientos.
Al iniciarse el terrorismo en el
país, lo hizo con acciones llamativas e impactantes pero que no representaban violencia física hacia
los ciudadanos. Desde los perros colgados en el centro de Lima, hasta la quema
de ánforas fueron junto con las pintas, los eventos que más llamaron la
atención. La ausencia de violencia física en sus inicios causó que políticos
duchos como el presidente Fernando Belaúnde llamara a los terroristas “abigeos”,
llegando inclusive un general de brigada a decir que no era necesaria la
intervención de las fuerzas armadas pues “equivaldría a matar un mosquito con
una comba”. Pero el terrorismo avanzó y recién cuando llegó con su secuela de
muerte y destrucción a Lima, causó nuestro interés y preocupación.
Algo similar sucede con el
narcotráfico. Todavía se le ve como algo muy lejano. Su asociación con el
lavado de activos y la proliferación de algunos negocios, que en otros países
son signos que llaman la atención, aquí hasta se ve con naturalidad. Que en
poco menos de dos meses cuatro partidos políticos hayan estado en el centro del
escenario por indicios de cercanía al narcotráfico no es preocupante para la
mayoría. Que un solitario Jaime Antezana hable de narcobancadas y, con nombre y
apellido, indique que algunos congresistas han sido financiados por grupos de
narcotraficantes ni siquiera ocupa un espacio importante en las noticias. Que
los asesinatos o desapariciones de personas, sin solución y que cada vez son
mayores en el interior del país, o que el sicariato sea una modalidad adoptada
por los delincuentes locales, no ha
generado la apertura de una brigada especializada para su erradicación y control.
Hay mucha indiferencia para el tema, tal y como se ha podido apreciar en los
casos en que se ha involucrado a los partidos Gana Perú, Fuerza Perú,
Solidaridad Nacional, el Apra y Perú Posible.
Sin embargo deberíamos
preocuparnos. De las casas de cambio se pasa a las obras fantasmas y de estas
al control de presupuestos públicos descentralizados y de allí al asalto del
Estado a través de la política. En el medio están el estallido de la violencia, las extorsiones y los
asesinatos que se vuelven parte de lo cotidiano.
Más allá del aprecio que se puede
tener por una persona en particular, los partidos deberían manejar un estándar
mínimo en cuanto al narcotráfico: separar a sus militantes si se tienen
indicios de cercanía con ellos. Lo contrario, ser comprensivos y permisivos, es
una señal de debilidad que será aprovechada por los enemigos del Estado. Las
consecuencias en nuestro país serían devastadoras pues, a diferencia de
Colombia y México, aquí no tenemos ni partidos sólidos ni instituciones. No sé si
aún estamos a tiempo. Lo que sí estoy seguro es que estamos en una peligrosa situación
que no debemos subestimar.
Juan Sheput
Artículo publicado hoy en Diario Uno
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