Acaba el 2019 y empieza una jueva década. Contra aquellos que piensan que la disolución del Congreso ha sido el evento más destacado, y positivo, del año, considero que es todo lo contrario. Aún es prematuro para poder determinar el daño que se le ha hecho al país con el cierre del Congreso. No sólo por este interregno donde el gobierno, a la incapacidad manifiesta del gobierno de Vizcarra habría que agregar la falta de control político, sino porque se ha destruído la institucionalidad generando un referente nefasto para los próximos años. No olvidemos. El país vivía un ciclo democrático que se había iniciado el año 2000 con el gobierno de don Valentín Paniagua. Una sucesión de gobiernos democráticos ha sido cortado abruptamente por Vizcarra. Las consecuencias saltan a la vista. La elección de un congreso de manera apresurada, las consecuencias de una pésima reforma política que jamás diseñó un sistema de pesos y contrapesos y la seguridad que el clima de confrontación, alentado por el gobierno, continuará el 2020.
¿Hay algún tipo de solución o respuesta a esto? Sí. Votar con responsabilidad. Democracia es responsabilidad, fundamentalmente. Y en ese sentido nuestro voto del 26 de enero no debe ser por tendencias que se instalan en la red sino por experiencia y capacidad.
Lo que mas quisiera Vizcarra es un Congreso novato, altamente manipulable. Así se generarían las condiciones para que siga manipulando a la opinión pública con un clima de confrontación que ha deteriorado nuestra economía. Se requiere un Congreso serio, capaz de construir una agenda con el gobierno pero también en la capacidad de ejercer un real control político. El país lo merece.
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