La reforma política que el país necesita
Inspira esta columna un estupendo
artículo de Carlos Meléndez publicado por El Comercio el último sábado. En ella
Carlos pone en relieve el hecho que la tantas veces mencionada reforma política
carece de consensos y requiere, en lugar de apuros, de un debate amplio y
profundo. Nada más cierto. Durante los últimos años las leyes que se han
etiquetado como portadoras de reformas han sido destruidas por su fracaso rotundo
ante el imperio de la realidad. Y eso ha sucedido como consecuencia del debate
apresurado, impulsado por una necesidad de justificación o de éxitos luego de
deambular en una serie de fracasos. A veces pienso que los “escuderos de la
reforma” (como acertadamente los llama el destacado politólogo) se sienten
motivados simplemente por una necesidad de mostrar que han cumplido, no importa
si esto es a costa del país o no.
A pocos meses del día de las
elecciones es muy difícil que se pueda impulsar algún tipo de reforma electoral
con seriedad. Lo que habrá serán proyectos aislados que, al no hacerse en
conjunto, pueden contribuir aún más al deterioro de la política. La reforma
debe ser integral e incorporar en ella elementos que atañan a la Constitución,
la Ley de Partidos Políticos, la Ley General de Elecciones y otras que permitan
un nuevo diseño con criterio holístico. Leyes parciales, sin un criterio
integrador, incorporarán más energía al caos, con lo cual los problemas y la
decepción vendrán a continuación.
La sugerencia de Carlos Meléndez
de empezar por una agenda mínima en la cual tengan un rol protagónico los
organismos electorales es lo más pertinente. Lo otro no sólo será insuficiente
sino que nos puede llevar a deteriorar aún más la calidad de la política. Se
requiere de un debate profundo y alturado, sin argollas académicas o políticas,
acudiendo a especialistas y buscando como consecuencia de la discusión atinada
una fórmula que mejore la estructura política de nuestro país.
En los últimos días estamos
viendo críticas a las incorporaciones (“jales”) de algunos personajes que se
adhieren a determinados candidatos. Todos ellos llegan a su adhesión con
agendas propias y las tratan de imponer. El tiempo dirá si tendrán éxito en su
imposición. Pero esa actitud (la del “jale” y la de la agenda propia) son
consecuencia de no haber modificado a tiempo el asunto de la lista única por
partido eliminando el voto preferencial. Si se hubiera hecho a tiempo, junto a
otras propuestas, los principales candidatos no tendrían que estar en esta situación
de incorporar a personajes incómodos que, por su popularidad y nulo prestigio,
desplazarán a los cuadros de sus partidos que los vienen apoyando desde hace
mucho. Me pregunto ¿este Congreso, hijo del voto preferencial, cambiará esa
opción? De ninguna manera. Por ello el debate de la reforma debe ir con otro
ritmo, exigirlo en las propuestas de los candidatos y hacer que ellos sean
protagonistas de este reto a fin de ponerlo en marcha al inicio del mandato del
ganador, con los consensos del caso que nacerán como consecuencia del debate
público.
Juan Sheput
Publicado en revista Velaverde el 17 de agosto del 2015
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