Artículo de Juan Sheput publicado en revista Velaverde del 5 de enero del 2015
Obras no son suficientes
Ante la incapacidad evidente de
la gestión que se marcha de la Alcaldía de Lima, Luis Castañeda Lossio y su
equipo han manifestado que su nueva administración se caracterizará por hacer
obras, en mayor número que su antecesora y –para que no quede duda- de
inmediato. Ello por cierto no nos llama la atención. Más bien nos confirma que
la elección del señor Castañeda más fue por descarte que por convicción de los
votantes. Con anuncios como ese la ciudad está condenada a seguir deteriorando
la calidad de vida de sus habitantes y lo que es peor, sumirse en un mayor desorden
y caos.
La campaña municipal del año
pasado demostró la carencia absoluta de planes de todos los candidatos y una
apuesta colectiva por el lugar común. Todos se dedicaron a prometer más obras,
alineándose con el pedido ciudadano de “no importa que robe pero que haga obra”
y ninguno a impulsar lo que realmente se necesita en Lima: cultura y
ciudadanía.
La transformación de las grandes
ciudades en América Latina ha tenido varios factores puntos comunes: ciudadanos
que respetan al “otro”, que conocen sus deberes y hacen valer sus derechos y -por sobre todo- planificación urbana. Todos
los puntos son complementarios y si de verdad se quiere impulsar el desarrollo
de la ciudad ninguno está por encima del otro.
La gestión anterior del señor
Castañeda se caracterizó por las obras. Pero eran obras inconexas, sin
prospectiva, que obedecían al interés de las constructoras y no de la
planificación, que colapsaban apenas se inauguraban o que por buscar un
beneficio inmediato causaban un deterioro también inmediato. Sin embargo la
percepción de la gente era positiva. Hipnotizados por letreros de “gracias por
dejarme trabajar” y saturados de propaganda sobre todo radial, el señor Castañeda
siempre estuvo en las alturas de la popularidad. Pero lo cierto es que durante
su gestión de ocho años Lima se deterioró, se convirtió en una de las peores
ciudades del mundo para vivir y se
enseñoreó el caos. A eso hay que agregarle la absoluta incapacidad de Susana
Villarán y su equipo. El resultado una Lima caótica, una ciudad que agrede a
sus habitantes: un pésimo lugar para vivir.
Lima necesita de un plan de
desarrollo urbano donde no se otorgue prioridad a las obras que a veces son
sinónimo de coimas y corrupción. Se requiere orden para la habilitación urbana,
sentido del espacio público, educar al ciudadano, entender que Lima debe
pensarse en función de sus vecinos y no de sus vehículos. Lima no tiene
espacios abiertos de plena convivencia social, los alcaldes se preocupan más
del centro comercial o del parqueadero que del centro cultural o del parque y la sensación de tuguración y
convivencia incivilizada es generalizada.
¿Eso se soluciona con más obras?
No, definitivamente. Ciudades como Guayaquil, Medellín, Bogotá, Santiago o
Santa Cruz no abundaron en obras sino en planificación del desarrollo de la
ciudad sobre la base de la calidad de vida del vecino.
¿Entenderá de ello Castañeda
Lossio? Ante la ausencia de una bancada de oposición en el cuerpo de regidores,
el papel de fiscalizar desde el primer minuto y hacer entender lo que significa
realmente una ciudad correrá por cuenta de la sociedad civil, hoy más atenta
que nunca. Esperemos que el señor Castañeda entienda que los próximos cuatro
años no pueden ser iguales a sus ocho anteriores.
Juan Sheput
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