martes, 19 de febrero de 2013

Benedicto XVI o el Papa que nos hizo pensar


Es difícil medir el impacto de una medida revolucionaria como la que acaba de hacer el Papa Benedicto XVI con su renuncia. Una vez más la Iglesia Católica, la institución más importante en la historia de la Humanidad, ha demostrado que alberga en su seno a hombres que han sabido responder de manera excepcional a circunstancias realmente singulares.

Desde el inicio de su papado el Cardenal  Joseph Ratzinger tuvo que sortear una serie de desafíos, escollos y problemas. Ser el sucesor de uno de los papas más carismáticos de la historia, Juan Pablo II,  ya constituía una valla difícil de superar. Sin embargo eso no lo amilanó. El Colegio de Cardenales sabía que al estilo pastoral de Karl Wojtyla tenía que suceder un intelecto de la talla de Joseph Ratzinger. Los problemas de la Iglesia así lo exigían.

Y vaya que había problemas. Desde un inicio Benedicto XVI salió al frente de las acusaciones de pederastia en la Iglesia a las que calificó de crímenes atroces. Oró en una mezquita en Estambul y en el mismo Israel habló claro en favor de un estado palestino libre. Si esos no son gestos de valentía y autoridad moral, díganme por favor cuáles pueden ser.

La Iglesia fue revolucionada en el Concilio Vaticano II.  Cincuenta años después Joseph Ratzinger no necesitó de un Concilio para volver a revolucionarla. Su renuncia, todo un mensaje de humildad, realismo y  responsabilidad así lo corroboran. Considerado como el teólogo vivo más importante de la Iglesia, por encima del mismísimo Hans Küng, su renuncia tiene que haber sido un acto meditado, con impactos calculados, sobre todo pensando en el devenir de la Iglesia.

Desde que conversé con amigos sacerdotes y luego de haber leído hace muchos años –con dificultad, lo reconozco- ¿Infalible? de Hans Küng, donde el profesor de Tubinga cuestiona la infalibilidad papal, me llama la atención todo aquello que tenga que ver con  el desempeño de los papas. El peso que llevan sobre sus hombros, la Iglesia de Dios, no se puede medir a escala de los hombres. Que una persona de la potencia intelectual de Joseph Ratzinger decida dar un paso al costado, en aras de una mejor conducción de la Iglesia, es un acto de valentía  que rompe la tradición en una organización en que la tradición es muy importante pues forja a la Institución.

Como dice uno de los vaticanistas más respetados del mundo, John Allen Jr., la solidez intelectual de Benedicto XVI le permitió enfrentar a una izquierda progresista de la Iglesia que reclamaba el matrimonio para los sacerdotes y a una derecha que cuestionaba su defensa del medio ambiente y la defensa cerrada de los derechos laborales. A ambos sectores los encaró, sólo y de pie, y se mantuvo sólido en la ortodoxia eclesial. Era un Papa que nos hacía reflexionar, dice Allen, a tal punto que el premier británico David Cameron al despedirlo, en la escalinata del avión luego de una visita de cuatro días a Escocia e Inglaterra,  le dijo “gracias Santo Padre, usted nos hizo sentarnos y… pensar”.

Contra lo que se diga, desde mi formación católica, me confirmo en que Colegio de Cardenales no se equivocó cuando inspirado divinamente apostó por la elección de Joseph Ratzinger. Era el hombre adecuado para el momento adecuado. Con esa fe confío en que ahora, en la nueva elección, el colectivo cardenalicio sabrá interpretar la voluntad de Dios y la Iglesia contará con un Papa acorde a las circunstancias y exigencias actuales. El inmenso gesto de Su Santidad Benedicto XVI ha abierto el camino.

Juan Sheput

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