Es difícil medir el impacto de una medida revolucionaria como
la que acaba de hacer el Papa Benedicto XVI con su renuncia. Una vez más la
Iglesia Católica, la institución más importante en la historia de la Humanidad,
ha demostrado que alberga en su seno a hombres que han sabido responder de
manera excepcional a circunstancias realmente singulares.
Desde el inicio de su papado el Cardenal Joseph Ratzinger tuvo que sortear una serie
de desafíos, escollos y problemas. Ser el sucesor de uno de los papas más carismáticos
de la historia, Juan Pablo II, ya
constituía una valla difícil de superar. Sin embargo eso no lo amilanó. El
Colegio de Cardenales sabía que al estilo pastoral de Karl Wojtyla tenía que
suceder un intelecto de la talla de Joseph Ratzinger. Los problemas de la
Iglesia así lo exigían.
Y vaya que había problemas. Desde un inicio Benedicto XVI
salió al frente de las acusaciones de pederastia en la Iglesia a las que
calificó de crímenes atroces. Oró en una mezquita en Estambul y en el mismo
Israel habló claro en favor de un estado palestino libre. Si esos no son gestos
de valentía y autoridad moral, díganme por favor cuáles pueden ser.
La Iglesia fue revolucionada en el Concilio Vaticano II. Cincuenta años después Joseph Ratzinger no
necesitó de un Concilio para volver a revolucionarla. Su renuncia, todo un
mensaje de humildad, realismo y
responsabilidad así lo corroboran. Considerado como el teólogo vivo más
importante de la Iglesia, por encima del mismísimo Hans Küng, su renuncia tiene
que haber sido un acto meditado, con impactos calculados, sobre todo pensando
en el devenir de la Iglesia.
Desde que conversé con amigos sacerdotes y luego de haber
leído hace muchos años –con dificultad, lo reconozco- ¿Infalible? de Hans Küng, donde el profesor de Tubinga cuestiona la
infalibilidad papal, me llama la atención todo aquello que tenga que ver con el desempeño de los papas. El peso que llevan
sobre sus hombros, la Iglesia de Dios, no se puede medir a escala de los
hombres. Que una persona de la potencia intelectual de Joseph Ratzinger decida
dar un paso al costado, en aras de una mejor conducción de la Iglesia, es un
acto de valentía que rompe la tradición
en una organización en que la tradición es muy importante pues forja a la Institución.
Como dice uno de los vaticanistas más respetados del mundo,
John Allen Jr., la solidez intelectual de Benedicto XVI le permitió enfrentar a
una izquierda progresista de la Iglesia que reclamaba el matrimonio para los
sacerdotes y a una derecha que cuestionaba su defensa del medio ambiente y la
defensa cerrada de los derechos laborales. A ambos sectores los encaró, sólo y
de pie, y se mantuvo sólido en la ortodoxia eclesial. Era un Papa que nos hacía
reflexionar, dice Allen, a tal punto que el premier británico David Cameron al
despedirlo, en la escalinata del avión luego de una visita de cuatro días a
Escocia e Inglaterra, le dijo “gracias
Santo Padre, usted nos hizo sentarnos y… pensar”.
Contra lo que se diga, desde mi formación católica, me
confirmo en que Colegio de Cardenales no se equivocó cuando inspirado
divinamente apostó por la elección de Joseph Ratzinger. Era el hombre adecuado
para el momento adecuado. Con esa fe confío en que ahora, en la nueva elección,
el colectivo cardenalicio sabrá interpretar la voluntad de Dios y la Iglesia
contará con un Papa acorde a las circunstancias y exigencias actuales. El
inmenso gesto de Su Santidad Benedicto XVI ha abierto el camino.
Juan Sheput
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