Para los peruanos Brasil está de moda. No sólo por el Cristo del Morro, obra de plástico que costó 800,000 dólares según Alan García, sino también porque Brasil se ha convertido en uno de los referentes de Estado para el presidente Ollanta Humala. Sin embargo consideramos que Brasil, no necesariamente es un ejemplo a seguir, y en ese sentido coincidimos con Luis Carranza, ex ministro de Economía quien ha manifestado que "Ollanta Humala no debe seguir el ejemplo de Brasil".
Brasil es un país lleno de problemas. Tiene una política proteccionista que le permite a sus industriales trabajar con su mercado interno en condiciones de casi exclusividad. Sobre el particular, hace unos años, el destacado economista de UCLA Sebastián Edwards había indicado que el tema de los BRIC era un bluff esencialmente por los problemas de Brasil.
Jugando con el lema del escudo brasileño, Sebastián Edwards escribió lo siguiente sobre Brasil:
Orden y un poco de progreso (*)
Posiblemente, la pregunta más importante es qué sucederá en Brasil, el gigante latinoamericano. Durante los últimos años analistas e inversores del mundo entero empezaron a mirar a Brasil como una potencia económica en ciernes. Se habló de un milagro y muchos aseveraron que, finalmente, Brasil dejaría de ser el eterno país del “mañana” y que, al igual que China y la India, crecería a ritmos espectaculares. Desafortunadamente, todo sugiere que esto no fue más que una ilusión óptica y voluntarista.
El boom de Brasil de los últimos años se apoyó sobre cimientos extraordinariamente débiles. Es cierto que el presidente Lula decidió evitar el populismo rampante de Hugo Chávez y que se comprometió a derrotar la inflación y mantener el déficit fiscal bajo control. Pero esto no es suficiente para que Brasil sea una gran potencia económica.
Lo de Lula no fue otra cosa que optar por ser un país “normal”. Pero para crecer a tasas elevadas y sostenibles, y para crear una economía robusta y resistente, se requiere más que tener una inflación controlada. Se requiere agilidad, dinamismo, productividad y políticas económicas que fomenten los emprendimientos y la eficiencia. Y, como numerosos estudios han mostrado, Brasil no ha podido –o no ha querido– hacer reformas modernizadoras que verdaderamente fomenten una explosión de productividad. Brasil continúa siendo un país enormemente burocrático, con un sistema educacional en crisis, con impuestos elevadísimos, infraestructura mediocre, trabas a la formación de empresas, legislación económica anquilosada, instituciones débiles, un sistema judicial ineficiente, un escaso respeto por la regla de la ley y un elevado nivel de corrupción.
Una serie de indicadores sobre la eficiencia y competitividad de 178 países, realizada por el Banco Mundial, sugiere que Brasil tiene mucho camino por recorrer si quiere ser una fuerza productiva en el mundo. Por ejemplo, en la categoría de “facilidad para hacer negocios” Brasil está en el lugar 128. Por otro lado, en Brasil toma 152 días obtener una licencia para iniciar un emprendimiento y crear una empresa; en contraste, en Chile toma 23 días, y en los llamados Tigres Asiáticos, 33. Este patrón se repite en un infinidad de medidas de eficiencia, que claramente indican que ese emperador llamado Brasil no lleva ropas.
Es lamentable, pero es cierto: en los últimos años Brasil no se jugó por la modernidad y la eficiencia, y ello le costará caro durante los difíciles años que se nos vienen encima.
Brasil es un país lleno de problemas. Tiene una política proteccionista que le permite a sus industriales trabajar con su mercado interno en condiciones de casi exclusividad. Sobre el particular, hace unos años, el destacado economista de UCLA Sebastián Edwards había indicado que el tema de los BRIC era un bluff esencialmente por los problemas de Brasil.
Jugando con el lema del escudo brasileño, Sebastián Edwards escribió lo siguiente sobre Brasil:
Orden y un poco de progreso (*)
Posiblemente, la pregunta más importante es qué sucederá en Brasil, el gigante latinoamericano. Durante los últimos años analistas e inversores del mundo entero empezaron a mirar a Brasil como una potencia económica en ciernes. Se habló de un milagro y muchos aseveraron que, finalmente, Brasil dejaría de ser el eterno país del “mañana” y que, al igual que China y la India, crecería a ritmos espectaculares. Desafortunadamente, todo sugiere que esto no fue más que una ilusión óptica y voluntarista.
El boom de Brasil de los últimos años se apoyó sobre cimientos extraordinariamente débiles. Es cierto que el presidente Lula decidió evitar el populismo rampante de Hugo Chávez y que se comprometió a derrotar la inflación y mantener el déficit fiscal bajo control. Pero esto no es suficiente para que Brasil sea una gran potencia económica.
Lo de Lula no fue otra cosa que optar por ser un país “normal”. Pero para crecer a tasas elevadas y sostenibles, y para crear una economía robusta y resistente, se requiere más que tener una inflación controlada. Se requiere agilidad, dinamismo, productividad y políticas económicas que fomenten los emprendimientos y la eficiencia. Y, como numerosos estudios han mostrado, Brasil no ha podido –o no ha querido– hacer reformas modernizadoras que verdaderamente fomenten una explosión de productividad. Brasil continúa siendo un país enormemente burocrático, con un sistema educacional en crisis, con impuestos elevadísimos, infraestructura mediocre, trabas a la formación de empresas, legislación económica anquilosada, instituciones débiles, un sistema judicial ineficiente, un escaso respeto por la regla de la ley y un elevado nivel de corrupción.
Una serie de indicadores sobre la eficiencia y competitividad de 178 países, realizada por el Banco Mundial, sugiere que Brasil tiene mucho camino por recorrer si quiere ser una fuerza productiva en el mundo. Por ejemplo, en la categoría de “facilidad para hacer negocios” Brasil está en el lugar 128. Por otro lado, en Brasil toma 152 días obtener una licencia para iniciar un emprendimiento y crear una empresa; en contraste, en Chile toma 23 días, y en los llamados Tigres Asiáticos, 33. Este patrón se repite en un infinidad de medidas de eficiencia, que claramente indican que ese emperador llamado Brasil no lleva ropas.
Es lamentable, pero es cierto: en los últimos años Brasil no se jugó por la modernidad y la eficiencia, y ello le costará caro durante los difíciles años que se nos vienen encima.
Hay que tener cuidado con Brasil. No todo lo que brilla es oro. Y hay asuntos pendientes. Inambari, represa de agua muy perjudicial para el Perú, es uno de ellos.
(*) El texto completo lo pueden leer aquí:
Letras Libres: Al Sur de la crisis, por Sebastián Edwards
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