Un proceso electoral contaminado, es el resultado de una de las campañas más sucias que se conozcan en la historia política nacional.
Desde un programa de televisión, el de Jaime Bayly, que hizo de la destrucción perversa de Lourdes Flores un instrumento de despecho y rating, hasta medios planos que, como Expreso, Correo o La Razón, se dedicaron a demoler, con argumentos falsos y calumniosos, a Susana Villarán, hemos tenido de todo para transformar a lo que debería haber sido una contienda con ideas y propuestas, en un vulgar intercambio de adjetivos, justificaciones e infundios.
El que pierde es el país, los que perdemos somos todos nosotros.
Un proceso electoral no se limita a la jornada en que acudimos a votar. Un proceso electoral es todo un periodo en el cual los candidatos se inscriben, compiten, debaten, proponen, que culmina el día de votación. En el interín, los medios deben acompañar, brindando a la ciudadanía información que nos ayude a decidir. Si toman partido por algún candidato, eso no debe llevar a que se dediquen a demoler al contrario. El apostar por una opción, en democracia, no significa la utilización de recursos abusivos, sin ética, para descalificar al otro. Por eso es que existe la regulación en los país civilizados. Pedir, en ese sentido, una autoregulación, es una peruanísima costumbre de llamar las cosas a medias, pues aquí, en donde los medios son instrumentos del poder económico o chavetas de algunos propietarios con intereses que defender, no habrá jamás regulación.
Esta campaña, por las ideas presentadas por todos los candidatos, tenía todos los elementos para ser una de calidad. Sin embargo, gracias al esfuerzo y dedicación de políticos y medios, intereses y empresarios, mafia y cálculo electoral, se ha transformado en la decepcionante campaña que estamos viviendo, en el cual el vale todo se ha impuesto, en donde hasta la farándula y la pérdida de seriedad tienen su lugar.
Por eso no puedo ocultar mi decepción porque las dos candidatas que lideran las preferencias, Lourdes Flores y Susana Villarán, dediquen los últimos momentos de esta campaña a acudir a programas como los de Magaly Medina, Gisella Valcárcel o Carlos Álvarez. El parapente de Gloria Helfer o las apariciones telenovelescas de Xavier Barrón quedaron pequeñas en comparación con lo que se viene. Es cierto que no es primera vez que esto sucede. Este comportamiento es usual en la política tradicional. Martha Hildebrandt, por ejemplo, se jacta de no haber pisado jamás un "pueblo joven", sin embargo gana elecciones con un gran caudal de voto popular ¿Su secreto? Acude a cuanto programa farandulesco la invite, de esos tipo Amor, amor; Lima limón; Gisella Valcárcel. Sin embargo no legisla en favor de las grandes mayorías, se puede decir que las utiliza. Un pueblo sin educación de calidad es altamente manipulable, y es víctima, mucha veces, de los que tienen mayor instrucción.
Así es que llegamos a la recta final de la campaña municipal. La ausencia de seriedad se impone en un país que, una vez más, ha perdido la oportunidad de ganar con un debate de propuestas, construir prestigio para el servicio público y hacer que se revierta la sensación que no hay diferencia entre política y farándula.
No hay comentarios:
Publicar un comentario