Cuando el periodismo se pone de parte del poder pierde su esencia. Sobre ello hay una serie de tratados que, por el momento, no vale la pena mencionar. Sin embargo sí es oportuno dar un ejemplo del periodismo complaciente, de aquel que confunde los planos y por tanto objetividad y que por ello, pierde perspectiva y, por supuesto, credibilidad.
Ignoramos la razón por la cual algunos periodistas pretenden comparar los recientes sucesos de Bagua con los ocurridos durante el gobierno de Alejandro Toledo en Andahuaylas, Ilave y Arequipa. No existe proporción en la comparación. Bastaría con revisar cualquier hemeroteca para leer los titulares de esa época para entender que los hechos eran distintos: había información plena, el gobierno facilitaba la labor de los periodistas, la oposición se manifestaba sin vetos en los medios. Hoy no es así, se impide el trabajo de los periodistas, los medios acceden a las demandas de veto a la oposición por parte del oficialismo y hay mucha desinformación. Cualquier lector avisado se daría cuenta del cambio notorio de posición.
En Andahuaylas hubo insurrección sin duda contra la democracia. En la masacre de Bagua ese es un pretexto para justificar la represión. En Ilave la población se levantó contra un alcalde, en Bagua el alcalde está con el reclamo de la población. En Arequipa el pueblo se negó a la privatización, se les escuchó y tomó en cuenta su posición. En Bagua ni siquiera se quiere escuchar a la población se insiste en la imposición y la represión.
Desde el fujimontesinismo el Perú ha ingresado a una etapa en que cierto sector de la política y el periodismo han involucionado. Tanto un sector como el otro están contaminados. El lobby, las cofradías, las cercanías al poder, hacen que en determinados niveles y bajo determinadas circunstancias periodismo y política devengan en complicidad.
En ese sentido contribuyen con dañar al país aquellos periodistas complacientes con el poder, los que escriben previas coordinaciones, los que blindan la corrupción o la ilegalidad, aquellos ya mencionados por Basadre desde sus primeros escritos, los periodistas que deseducan y que son parte de la estructura de poder que pretende gobernar en base a la información sesgada, de parte, de acuerdo a los intereses del poder.
Los sucesos de Andahuaylas, Ilave y Arequipa no tuvieron como consecuencia masacres de civiles y desaparecidos. Aún habiendo muertes, todas, absolutamente todas lamentables, no se llegó a los niveles de salvajismo de la represión actual, la cual genera respuestas aún más violentas como en la actualidad. La presión de algunos empresarios y pseudoperiodistas que no entienden al Perú llevó al influenciable doctor García a cambiar la legislación para permitir acciones de fuerza mas eficaces con lo cual lo único que se ha logrado es mas violencia.
Sólo durante este gobierno, que olvidan los periodistas complacientes, ha habido hechos cruentos que demuestran incompetencia para el cargo ministerial. Mencionamos tres: Ayacucho, Barranca, el desalojo del bosque de Pómac, todos con muertos en situaciones sospechosas, con comisiones de investigación de por medio, que - a la fecha- no han dado su informe final.
El periodista complaciente tiene todo el derecho a manifestar sus preferencias políticas, eso no está en cuestión. Pero confundir los planos y comparar eventos que tuvieron distintos orígenes y distintas reacciones, no es correcto y mucho menos ético. Más aún cuando entre los eventos distintos estuvieron de por medio las renuncias de los entonces ministros del interior Fernando Rospigliosi y Javier Reátegui y ahora vemos el triste espectáculo de un gabinete que se agarra con las uñas a sus cargos a pesar de su notoria responsabilidad en estos hechos.
Durante el gobierno de Alejandro Toledo jamás se buscó indisponer a peruanos contra peruanos con spots publicitarios. Y durante el gobierno de Alejandro Toledo jamás hubo una sóla insinuación de desapariciones como hay ahora. Y de eso los periodistas complacientes no dicen nada.
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