sábado, 19 de julio de 2008

El sello de Alvaro Uribe

La prestigiosa revista Quepasa trae en su último número dos reportajes sobre el presidente que tiene la mas alta popularidad en América: Alvaro Uribe. En este artículo llamado "El sello de Uribe" podrán leer respecto a la forma como maneja el poder el presidente de Colombia, como se define y como los ven sus ayudantes y equipo de gobierno.

El sello de Uribe

Por María Jimena Duzán



El primer consejo de ministros de Álvaro Uribe fue a los dos días de haber llegado a Palacio como presidente. Reunió a todo su gabinete y antes de introducir los temas de la agenda los sorprendió con una ceremonia de iniciación bastante peculiar: les hizo pasar una caja de herramientas para que todos la vieran. En ella había un destornillador, un martillo y unos clavos. Les comunicó, en ese tono directo y franco que le caracteriza, que esa caja de herramientas se la había regalado un amigo y que él quería compartir ese regalo con ellos por una razón muy poderosa: quería que sus ministros entendieran cómo era que él iba a gobernar.

Sin entender mucho qué era lo que estaba ocurriendo, el presidente apoderado ya de su papel de gran auriga, les echó el cuento del japonés y del americano dueño de una fábrica en el sur. Mientras el segundo llegaba en un Cadillac a 200 kilómetros por hora, tomando cerveza y mirando por encima las cosas, daba algunas indicaciones y se volvía a ir, el japonés, con un destornillador, un alicate y un frasquito de aceite, se ponía a trabajar con sus empleados soldando lo que hubiere que soldar, atornillando lo que hubiere que atornillar, corrigiendo todos los detalles.

-Yo soy ese japonés que se mete con el destornillador en mano a arreglar lo que no funciona- les dijo Uribe.

Muy pocos fueron los ministros que entendieron el mensaje cifrado que había detrás de esta ceremonia de iniciación. Y sólo cuando su gobierno arrancó y los días se convirtieron en semanas y esas semanas en meses, sus ministros se dieron cuenta de que lo que Uribe les había tratado de decir ese día era que en su gobierno los ministros iban a ser tan sólo unos simples ayudantes del japonés. Nada más. Ninguno de ellos se imaginó que su órbita de autonomía llegaría a ser tan irrisoria como lo ha sido desde entonces, ni que la figura del presidente metiéndose en todos los rincones a arreglar los entuertos fuera a sentirse de manera tan intensa. Tampoco ninguno de los ministros de Uribe se alcanzó a imaginar que los consejos de ministros tradicionales terminarían convertidos en lo que hoy son: los famosos Consejos de Ministros televisados, una especie de reality criollo en donde los ministros tienen que rendir cuentas al presidente y a los televidentes como si se tratara de una versión del Gran Hermano.

Hoy sabemos que el ágora predilecta del presidente Álvaro Uribe no son propiamente los Consejos de Ministros ni las reuniones a puertas cerradas. Esa no es la política que le gusta a Uribe. Su escenario son los consejos comunitarios televisados -en Uribe todo es mediático -inaugurados en América del Sur por el ex presidente Fujimori, hoy en serios problemas. En ese tipo de escenarios, en los que el presidente se reúne con la comunidad en diferentes pueblos del país, cada sábado se cumple al pie de la letra el cuento del japonés. Mientras el presidente se sienta a escuchar las necesidades de las comunidades e intenta solucionar todas sus cuitas, sus ministros actúan como simples ayudantes del japonés, listos a entrar en escena sólo cuando lo requiera su patrón. Y si alguno de ellos no se sabe una cifra o un dato, que no vuelva.

Para Álvaro Uribe los consejos comunales son la base de lo que él mismo llama "Estado Comunitario", la única fuente donde hay que abrevar. El Estado Comunitario establece una relación directa entre el presidente y el pueblo, sin necesidad de intermediarios, ni de partidos políticos ni de nada que se le parezca.

Uribe, el capataz de finca

"Soy un amansador de caballos y un administrador de fincas", suele responder el presidente Uribe cuando se le pregunta cómo se definiría.

Curiosa definición que en el fondo refleja la importancia que tiene en su forma de concebir el poder el hecho de provenir de una familia de finqueros adinerados, con ganado, con vacas y con pastizales. Uribe se precia de ser un gran domador de bestias y quienes lo han visto en su finca El Ubérrimo concuerdan con esa afirmación. Con frecuencia, el mandatario colombiano aplica a la política todo lo que ha aprendido en su finca El Ubérrimo. Sus asesores dicen que él tiene un lado paciente, que se sienta al lado de la bestia, que le escucha sus quejidos briosos hasta calmarla y domarla. Pero que del otro lado está el Uribe intemperante, que no delega, que manda sobre todos los niveles del poder, que ejecuta personalmente los oficios como buen mayordomo de finca y que está pendiente desde las cosas más nimias hasta las más decisivas e importantes. Este Uribe cobra los tiros de esquina y los cabecea él mismo. El otro se sienta con los sindicatos a deliberar y permite que le alcen la voz y hasta que le insulten.

Es probable que Uribe tenga estas dos facetas aparentemente contradictorias y que haya aprendido a convivir con ellas, no sin correr el peligro de que una termine opacando a la otra. Lo cierto es que sus seguidores y enemigos lo han intentado definir de muchas maneras, sin mucho éxito. De él muchos han dicho que se trata de "una especie de neoliberal de la provincia", más pragmático que ideológico; otros han llegado a decir que tiene una personalidad fracturada como Dr. Jekyll y Mr. Hyde, entre la de un Uribe liberal, que sería el social, y otro autoritario, el intolerante, el guerrero, el mesiánico. Y no sobran desde luego los admiradores que lo comparan con Winston Churchill, gran amante de la política puntual y quien solía meterse también de lleno en las operaciones militares para manejarlas él mismo, no siempre con buenos resultados. Y qué decir de ciertos personajes como José Obdulio Gaviria, su asesor presidencial, para quien Uribe es por sobre todo un hombre "superior", que vino a salvarnos a los colombianos de morir en la hecatombe.

No obstante lo anterior, es probable que la definición que más se ajuste a la realidad sea la que ofrece de sí mismo el propio Uribe: es decir, la de que él es en realidad un amansador de caballos y un buen administrador de fincas; que barre los establos si hay que barrerlos; que recorre los potreros minuciosamente; que sabe cuántas bestias están cargadas y cuántas tiene que cargar para cumplir sus metas, y que antepone el orden a cualquier otro principio.

Ése es el mismo Uribe que recibe a los alcaldes y les pregunta al detalle por sus índices y por su gestión; que les sorprende con cifras, fechas y nombres de ríos perdidos entre la espesura; es el mismo que se reúne con los militares en los consejos de seguridad, que les llama por su nombre y que está al tanto de las operaciones que realizan, mientras atiende los asuntos de su finca y compra nuevos aperos y jáquimas para los caballos de El Ubérrimo.

Falta por ver si ese administrador de fincas que sabe ordeñar una vaca, que se preocupa por los broches, por los potreros, que sabe marcar una bestia, ensillar el caballo, que se deleita en el detalle, que maneja los microcosmos, tiene la capacidad de saber cómo es que funciona toda la finca en su conjunto.

Uribe providencial

El gran éxito del presidente Uribe ha sido sin duda su lucha sin cuartel contra las FARC. Una lucha que ha librado con coherencia y que tiene un mensaje simple y contundente. Para Álvaro Uribe, como para una gran mayoría de colombianos, la única razón de nuestros infortunios, de nuestras tristezas, radica en la amenaza de las FARC. Sólo cuando se logre acabar con esa guerrilla, el país florecerá de nuevo como un Ave Fénix; los dueños de las fincas volverán a sus tierras, los empresarios invertirán en el país y generarán más empleo; el país tendrá más divisas, los trabajadores mejores sueldos y los campesinos podrán retornar a sus parcelas en paz y armonía.

"Las limitaciones de la democracia en Colombia no son limitaciones derivadas del Estado, son limitaciones impuestas por los violentos", ha dicho en más de una ocasión el presidente Uribe. Y cuando Uribe habla de los violentos, en Colombia se entiende que el presidente se refiere a los "terroristas de las FARC". La lucha contra las FARC ha sido el principio rector de la política de seguridad democrática y sus triunfos en ese campo son alabados hasta por sus críticos. No le pasa lo mismo en otros terrenos, como el del narcotráfico o el del paramilitarismo, flancos en los que la seguridad democrática ha sido bastante menos eficaz.

Para entender la obsesión del presidente Uribe en su lucha contra las FARC, hay que remontarnos a su historia personal, que es la historia de muchos colombianos. No se puede echar por la borda la impronta que le debió dejar la muerte de su padre, un importante ganadero, a manos de las FARC. "Ahora sí hay un presidente al que le duele el asesinato de hacendados y el robo de ganado", es la frase que con frecuencia él suele sostener cuando alguien le increpa sobre el porqué de su interés por seguir el rastro a la suerte de los ganaderos que teminan siendo blanco de la violencia de las FARC y que, como su padre, murieron indefensos, en el olvido.

Aunque él mismo siempre se ha apresurado a aclarar que su decisión de acabar con la amenaza de las FARC no es una cruzada personal, cuesta trabajo creerle. A Uribe no le gusta que le toquen ese tema, pero cuando eso sucede, el presidente suele recordar que lo primero que hizo después del asesinato de su padre fue irse a ver si era posible entablar un proceso de paz regional con el ELN, la otra guerrilla procastrista que aún queda vegetando en Colombia. Lo cierto es que Uribe Vélez guardó luto por un buen tiempo y dedicó largos meses a pensar y reflexionar sobre lo que había sucedido. Sus allegados insisten en que la zozobra que ha tenido que enfrentar después de la muerte de su padre ha incidido más en la forma de mirar la política que la trágica muerte de su progenitor. Uribe fue objeto de cerca de diez atentados de la guerrilla antes de llegar a la presidencia. Un palmarés que lo convierte en el político colombiano más amenazado por la guerrilla. Difícil aprender a vivir sin temores a sabiendas que las huestes de las FARC le han puesto precio a su cabeza desde hace tiempo.

Tal vez esta historia personal explique en gran parte por qué su círculo cercano lo considera un hombre providencial, excepcional, que sólo "aparece en un país cada cien años". No hay nadie entre sus seguidores que no lo trate como si fuera un gobernante infalible, que no esté convencido de que es el único hombre que puede acabar con la amenaza de las FARC, la misma que con frecuencia él mismo identifica con un peligroso animal de la familia de los reptiles, -la culebra-, rememorando a las serpientes de las fincas que se esconden entre la maleza para sorprender a un campesino y morderlo hasta la saciedad.
Su decisión por "matar la culebra" se convirtió en su principal aval para impulsar su primera reelección a pesar de que ésta no estaba permitida por la Constitución y muchos son los analistas que insisten que luego de la Operación Jaque, sin duda el golpe más duro que se han dado las FARC, el camino para una segunda elección está abierto.

Uribe, el patriarcal

Al lado de su escritorio y debajo de un mapa inmenso de Colombia que está sostenido en un caballete, reposa el famoso cuadro de una pintora colombiana ya fallecida, Débora Arango. El cuadro se lo envió de regalo al presidente, pero él se lo devolvió con el argumento de que "él no era un hombre al que le vinieran bien las palomas". Débora Arango había pintado una paloma hermosa.

Un día en que Débora Arango estaba de visita por el palacio presidencial, el presidente Uribe aprovechó la ocasión para hacerle el reclamo:

-Maestra, por qué no hace un favor: por qué no me regala más bien un fusilito para dar ánimos a los soldados en lugar de una palomita que tan poco va conmigo.

La artista antioqueña aceptó la petición e hizo un cuadro más acorde con su talante: le pintó un fusil solitario, sin palomitas intrusas. "El único fusil no oficial que se acepta en Colombia es el de Débora Arango, es la frase que el presidente suele decir cuando le preguntan por la presencia de un fusil tan provocador en su despacho.

Sin duda, Uribe es un político frentero y pragmático que va diciendo por ahí lo que le gusta y lo que no le gusta, que fue capaz de dejar el trago, porque éste le sacaba "el diablo que él lleva adentro", y que sus ratos de licencia, que son pocos, los disfruta recitando poemas de Pablo Neruda. ¿Pero de qué estirpe es ese talante? La teoría más acendrada sugiere que el pragmatismo de Uribe es de estirpe conservadurista, raizal y patriarcal. A Uribe no le suena para nada la teoría de amplia aceptación entre ciertos think tanks americanos según la cual la clase dirigente colombiana tendría parte de responsabilidad en la crisis de la nación por su poco interés en redistribuir el ingreso y por insistir en mantener un régimen de privilegiados a costa de los que menos tienen. Para Uribe, éstas son teorías sin asidero que socavan la honra de una clase dirigente que se ha esforzado por el país. Los empresarios de Colombia son emprendedores y los dueños de fincas como él, son personas que se la juegan por sacar adelante sus proyectos en bien de la región, creando empleo a pesar de la difícil situación de seguridad. Así de simple. Según Carlos Gaviria, profesor del presidente Uribe de Derecho en la Universidad de Antioquia, y hoy opositor político, "Uribe tiende más a persuadir a los pobres de que son unos privilegiados porque no son unos miserables, antes que a propender a una equitativa distribución del ingreso".

De todas formas, su atuendo, el sombrero y la ruana terciada con que los administradores de fincas pasan vista al terreno de sus propiedades, ya tan característicos en él cuando va por todo el país, reafirma la simbología definitivamente agraria y hasta cierto punto premoderna con que el presidente enarbola el arte de gobernar.

Su visión de la política internacional ratifica otra característica de Uribe: su forma parroquial de concebir la política. Para él, la política internacional es simplemente el reflejo de su política de seguridad democrática, afirma el ex canciller colombiano Rodrigo Pardo. Y desde su arribo al poder, la política internacional del país se rige por otros cánones menos institucionales como el de la química entre mandatarios.

Por último está el Uribe seductor, el que doblega a las encuestas y se acaballa a ellas como buen jinete. A ese Uribe imbatible, la opinión pública colombiana le perdona hasta sus peores frases, como aquella que pronunció cuando la primera camada de políticos uribistas iban a ser apresados por sus vínculos con los paramilitares: "A los señores congresistas, que voten lo que tienen que votar, antes de que se vayan para la cárcel".

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