sábado, 7 de marzo de 2009

MVLL: La incultura se opone al Museo de la Memoria

Mario Vargas Llosa ha escrito un artículo contundente de apoyo al Museo de la Memoria. Lo acabo de leer de punta a punta en El País considerando como necesario compartirlo con ustedes y difundirlo, más aún cuando una vez más el propio Cardenal Juan Luis Cipriani se opone a su creación en un penoso pero coherente gesto con su trayectoria pública.
Aunque no es parte del artículo vale la pena precisar que gran parte de nuestros problemas es la incultura de nuestras mal llamadas élites, las cuáles, están en un clarísimo proceso de involución intelectual y cultural desde hace mucho tiempo, con contadas excepciones.
El artículo de Mario Vargas Llosa a continuación:

El Perú no necesita museos
MARIO VARGAS LLOSA 08/03/2009

El Gobierno andino ha rechazado una donación de Alemania de dos millones de dólares para construir un Museo de la Memoria sobre los crímenes terroristas y paramilitares de los ochenta y noventa
El autor de esta teoría -que el Perú no necesita museos mientras sea pobre y con carencias sociales- es el señor Ántero Flores Aráoz, ministro de Defensa del Gobierno peruano. No se trata de un gorila lleno de entorchados y sesos de aserrín, sino de un abogado que, como profesional y político, ha hecho una distinguida carrera en el Partido Popular Cristiano, del que se separó hace algún tiempo para representar al Perú como embajador ante la OEA (Organización de Estados Americanos). ¿Qué puede inducir a un hombre que no es tonto a decir tonterías? Dos cosas, profundamente arraigadas en la clase política peruana y latinoamericana: la intolerancia y la incultura.

Para situar el ucase del ministro en su debido contexto hay que recordar que entre 1980 y 2000 el Perú padeció una guerra revolucionaria desatada por Sendero Luminoso cuyo salvajismo terrorista provocó una respuesta militar de una desmesura también vertiginosa. Cerca de 70.000 peruanos, la inmensa mayoría de los cuales eran humildes campesinos de los Andes y habitantes de los pueblos más pobres y marginales del país, murieron en ese cataclismo.
Al terminar la dictadura de Alberto Fujimori (a punto de ser condenado en estos días por los crímenes contra los derechos humanos perpetrados durante su régimen), el Gobierno democrático nombró una Comisión de la Verdad y la Reconciliación para investigar la magnitud de esta tragedia social. Presidida por un respetado intelectual y filósofo, el doctor Salomón Lerner, ex rector de la Pontificia Universidad Católica del Perú, la Comisión elaboró un documentado estudio de esos años sangrientos y un cuidadoso análisis de las causas, consecuencias y el saldo en vidas humanas, destrucción de bienes públicos y privados, torturas, secuestros, desaparición de personas y de aldeas de la violencia de esos años. Un vasto sector de opinión pública reconoció el valioso trabajo de la Comisión, pero, como era de esperar, sus conclusiones fueron criticadas y rechazadas por círculos militares y por las pandillas sobrevivientes del fujimorismo, que de este modo se curaban en salud de su complicidad con un régimen autoritario que, además de cleptómano y corrompido hasta los tuétanos, detenta un pavoroso prontuario de asesinatos, torturas y desapariciones perpetrados con el pretexto de la lucha antisubversiva.
La Comisión organizó, con los materiales de su investigación, una de las más conmovedoras exposiciones que se hayan visto jamás en el Perú y que todavía se puede visitar, aunque en formato algo reducido, en el Museo de la Nación, en Lima. Llamada "Yuyanapaq" (Para recordar), muestra en fotos, películas, cuadros sinópticos y testimonios diversos la ferocidad demencial con que los terroristas de Sendero Luminoso y del MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru), y, también, comandos de las Fuerzas Especiales y grupos de aniquilamiento -como el tristemente célebre Grupo Colina- sembraron el horror segando decenas de millares de vidas humanas inocentes y la impotencia y desesperación de los sectores más humildes y desamparados del país ante ese vendaval que se abatió sobre ellos desencadenado por el fanatismo ideológico y el desprecio generalizado de la moral y de la ley.
Cuando la primera ministra alemana, Angela Merkel, vino en visita oficial al Perú ofreció que su Gobierno ayudaría a financiar un "Museo de la Memoria", que, siguiendo las pautas sentadas por "Yuyanapaq", sería, a la vez, un documento genuino, didáctico y aleccionador sobre los estragos materiales y morales que padeció el Perú en los años del terror y un llamado a la reconciliación, a la paz y a la convivencia democrática. Por razones obvias, Alemania es sensible a estos temas, y no es extraño que un país que ha hecho un admirable esfuerzo para enfrentarse a un pasado atroz con sentido autocrítico y ha conseguido superarlo y es por eso ahora una sociedad sólidamente democrática, haya querido apoyar la iniciativa de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación.
Fiel a la palabra de la canciller, el Gobierno alemán propuso donar dos millones de dólares al Perú para la construcción del Museo de la Memoria, el que cuenta ya, incluso, con un posible terreno, en el Campo de Marte, en torno a una hermosa escultura de Lika Mutal inspirada en ese mismo drama: El Ojo que Llora. El Gobierno peruano, en una actitud lamentable, ha hecho saber que no acepta el donativo alemán. Y el ministro de Defensa ha sido el encargado de justificar semejante desaire con la teoría resumida en el título de este artículo.
El ministro ha explicado que en un país donde faltan tantas escuelas y hospitales y donde tantos peruanos pasan hambre, un museo no puede ser una prioridad. Según esta filosofía, los países sólo deberían invertir recursos en defensa de su patrimonio arqueológico, monumental y artístico una vez que hubieran asegurado la prosperidad y el bienestar para toda su población. Si semejante pragmatismo hubiera prevalecido en el pasado, no existirían el Prado, el Louvre, la National Gallery ni el Hermitage, y Machu Picchu hubiera debido ser rematado en subasta pública para comprar lápices, abecedarios y zapatos. Y el ministro ha refrendado las críticas que ya se habían hecho en el pasado a la Comisión de la Verdad y la Reconciliación y a "Yuyanapaq": falta de imparcialidad, mantener una abusiva equidistancia entre los terroristas y las fuerzas del orden.
Esas críticas son de una injusticia flagrante. Nadie criticó al terrorismo de Sendero Luminoso y del MRTA más que yo. Fui candidato aquellos años y dediqué buena parte de mi campaña a denunciar sus crímenes y su locura fanática y a defender la necesidad de combatirlos con la máxima energía, pero dentro de la ley, porque si un Gobierno democrático empieza a utilizar los métodos de los terroristas para derrotar al terrorismo, como hizo Fujimori, aquellos de algún modo ganan la guerra aunque parezca que la pierdan. Por eso, hubo dos atentados fallidos contra mi vida, uno en Pucallpa y otro en Lima. Por otra parte, creo haber criticado con la misma constancia las contemporizaciones, cobardías y medias tintas de los intelectuales de izquierda frente al terrorismo. Por todo ello creo poder decir con total objetividad, sin ser acusado de simpatías extremistas, después de haber pasado muchas horas leyendo los trabajos de la Comisión, que hay en ellos un esfuerzo sostenido para desenterrar la verdad histórica entre el dédalo de documentos, testimonios, informes, declaraciones y manipulaciones contradictorios que debió cotejar. Sin duda que en esos nueve abultados volúmenes se han deslizados errores. Pero ni en sus considerandos ni en sus conclusiones hay la menor intención de parcialidad, sino, por el contrario, un afán honesto y casi obsesivo por mostrar con la mayor exactitud lo ocurrido, señalando de manera inequívoca que la primera y mayor responsabilidad de esa monstruosa carnicería la tuvieron los fanáticos senderistas y emerretistas convencidos de que asesinando a mansalva a todos sus opositores traerían al Perú el paraíso socialista.
Los peruanos necesitamos un Museo de la Memoria para combatir esas actitudes intolerantes, ciegas y obtusas que desatan la violencia política. Para que lo ocurrido en los años ochenta y noventa no se vuelva a repetir. Para aprender de una manera vívida adónde conducen la sinrazón delirante de los ideólogos marxistas y maoístas y, asimismo, los métodos fascistas con que Montesinos y Fujimori los combatieron convencidos de que todo vale para lograr el objetivo aunque ello signifique sacrificar a decenas de miles de inocentes.
Los museos son tan necesarios para los países como las escuelas y los hospitales. Ellos educan tanto y a veces más que las aulas y sobre todo de una manera más sutil, privada y permanente que como lo hacen los maestros. Ellos también curan, no los cuerpos, pero sí las mentes, de la tiniebla que es la ignorancia, el prejuicio, la superstición y todas las taras que incomunican a los seres humanos entre sí y los enconan y empujan a matarse. Los museos reemplazan la visión pequeñita, provinciana, mezquina, unilateral, de campanario, de la vida y las cosas por una visión ancha, generosa, plural. Afinan la sensibilidad, estimulan la imaginación, refinan los sentimientos y despiertan en las personas un espíritu crítico y autocrítico. El progreso no significa sólo muchos colegios, hospitales y carreteras. También, y acaso sobre todo, esa sabiduría que nos hace capaces de diferenciar lo feo de lo bello, lo inteligente de lo estúpido, lo bueno de lo malo y lo tolerable de lo intolerable, que llamamos la cultura. En los países donde hay muchos museos la clase política suele ser bastante más presentable que en los nuestros y en ellos no es tan frecuente que quienes gobiernan digan o hagan tonterías.

© Mario Vargas Llosa, 2009.
Cortesía diario El País de España

3 comentarios:

JORGE LUIS MARTINEZ dijo...

Contundente, no hay casi más que añadir que primero me siento reconfortado por lo que acabo de leer, que gran peruano tenemos, pero también debo decir que en Ántero tenemos al personaje opuesto al autor del artículo, un personaje que hace mucho tiempo perdió su identidad y se acomoda cada vez que puede en algún lugar pero al acomodarse él, se desacomoda con la población, esa población en la que yo me encuentro y que cada vez se da cuenta que no es si no un espejismo de lo que pudo haber sido, capacidad le faltó, le quedó muy grande el traje de líder de opinión y ahora ya no opina, el apra opina por él y ahora no hace más que repetir la consigna aprista, que lamentable esa situación y lo tendremos por mucho tiempo más acomodado en algún rincón de este gobierno, que decepción por él...Gracias Mario Vargas Llosa.

Anónimo dijo...

Mario Vargas Llosa se pasó de buena gente. Donde nuestro laureado novelista dice Antero Flores Araoz, debió decir ALAN GARCIA PEREZ. Porque Gato gordo no desarrolla ningún tipo de política en su portafolio, él simplemente repite como papagayo lo que ordena el mandamás.

Según propia confesión, Antero no pasa de ser un "sacrificado" secretario, que con lo poco que gana limpiándole los zapatos al doctor García, -denunció- no le alcaza ni pa'l té.

En resumen, MVLL le dijo a Antero Flores, pobre diablo, sirviente, tránsfuga, ignorante, hueco, bestia, animal, uff, me cansé...

Si Alan García no quiere ser el próximo cliente a sentarse en la silla caliente, más le vale que vaya diciendo a sus secretarios que donde dijo diego dijo digo y donde dijo digo dijo diego.

Comino

Anónimo dijo...

Preocupa mucho que el ministro de defensa sea considerado a buen juicio y objetivamente como inculto, intolerante y sesos de aserrín, en todo caso la maestría que tiene MVLL para catalogarlo acertadamente es impresionante y muy admirable.
Pero el trasfondo y lo mas preocupante de todo esto es el cargo que ocupa, de como una cartera tan importante puede estar en manos de un sujeto de esta naturaleza, que hay de la seguridad externa de nuestro país, que hay de las instituciones militares que están bajo su tutela, imagino que los militares se deben reír y mofar de este individuo que hasta en los programas cómicos es parodiado.
Cuanta mediocridad cuanta carencia, como un hombre puede denigrarse tanto por un plato de lentejas.