domingo, 24 de agosto de 2008

Retrato de un país adolescente

Hace más de 50 años, Luis Alberto Sánchez escribió "Perú retrato de un país adolescente", el cual se convirtió en un libro clásico de la peruanidad, que todo compatriota debe leer. Hago este preámbulo porque he encontrado el siguiente artículo en el que el destacado pensador chileno Eugenio Tironi habla de las características de la adolescencia para interpretar al Chile de hoy.¿El título de la entrevista? Retrato de un país adolescente, igual que el famoso libro de LAS. Al menos en la versión digital de la entrevista no se menciona a Sánchez. Con esto no quiero decir que Chile ya no sólo se apropie del nombre del pisco o de la chirimoya sino también de nuestra producción intelectual, aunque esto último es mucho decir. Tengo que reconocer que el capital humano de Chile es grande y lo mejor que tienen como país es que en ese sentido, a pesar de la cantidad de profesionales notables que poseen, aún consideran que es insuficiente. Esa es la competencia que hay que desarrollar: la del capital humano.
Los dejo con la entrevista, muy buena, dicho sea de paso a Eugenio Tironi aparecida en la web de La Tercera de Chile:

Sep 15
Eugenio Tironi: Retrato de un país adolescente

Dice que lleva varios días seguidos pensando en Chile porque está en un seminario de Expansiva y de la UDP sobre políticas públicas. Lleva, en realidad, varias décadas en eso: desde que en 1988 publicó el libro Los silencios de la revolución (en respuesta a la defensa del modelo liberal de Pinochet de Joaquín Lavín), ha tenido un papel protagónico y muy activo en la reflexión sobre lo que somos y lo que podemos ser como país. Es presidente de Cieplán (Corporación de Estudios para Latinoamérica), y socio principal de consultoras de comunicación estratégica y de responsabilidad social para empresas; es miembro del consejo de la Universidad Alberto Hurtado y del Consejo Asesor Presidencial para el Bicentenario; también es director de las fundaciones Un Techo para Chile, País Digital y Paz Ciudadana. Escribe en El Mercurio y en Qué Pasa, y es autor y editor de más de veinte libros, en los que ha puesto en discusión temas como el autoritarismo, el consumo, la familia, la felicidad y, últimamente, la cohesión social, lo que une a nuestra sociedad y nos permite relacionarnos con los otros.
En todas ésas está, y sigue pensando cómo es y a dónde va Chile. De eso hablamos.

LA FALTA DE SUEÑO

Pensemos en el país como potencia, en lo que quiere ser, ¿cuál es hoy el sueño chileno?
No tenemos un sueño chileno. Hemos tenido una eterna transición que ha sido un buen pretexto para postergar una reflexión a fondo. Se da por entendido que lo que queremos es provisorio. Hay cierto grado de decepción con el modelo que heredamos de los 80, que es el modelo estadounidense. En los últimos años no fue de buen tono soñar, plantearse grandes desafíos, nada que oliera a utopía. Ha sido un período bastante doméstico. Pero es notable que la ausencia de un sueño colectivo haya obligado a cada uno a inventar su propio sueño, y ésa es una de las grandes potencias. Cada uno construye su biografía sin las muletas de lo colectivo. En los años 60 y 70, el individuo no era tema, uno descansaba en la masa. La autonomía que hemos conquistado, la capacidad de sobrevivir, de diferenciarnos, hay que rescatarlas en el sueño chileno e integrarlas en algo común, porque si no, es pura fragmentación.

Este individuo apareció a fines de los 90, con la irrupción del consumo. ¿Cómo aparece hoy? Consumió y se pregunta ¿ahora qué?

Exacto, lo hemos probado todo y nos preguntamos si acaso somos más felices. Y nos encontramos que en esta carrera por consumir y prosperar hemos ido destruyendo vínculos que son vitales: los amigos, la familia, el vecindario. Sospechamos que hemos cambiado pan por charqui. Estamos en un postconsumismo, nos preguntamos también qué consumir, lo que es un avance, qué consecuencia tiene lo que consumimos sobre los otros y el medio ambiente. Y además queremos algo que está más allá de los bienes y servicios: construir relaciones, tener experiencias, edificar vínculos que nos hagan sentir más acompañados y protegidos. Hay un deseo de refugiarse porque el mercado es muy cruel. Vivimos en un régimen extremadamente competitivo. Hay mucha gente que no tiene contrato indefinido, los salarios dependen de bonificaciones y premios ligados a metas, en las que se compite. Y, si uno fracasa, es culpa de uno, no se le puede echar la culpa al sistema. Es una vida difícil.

¿Hay vías para superar esa inseguridad?
Se han hecho cosas importantes en ese sentido. La reforma provisional y el régimen solidario es una inyección a la vena a la seguridad de las personas, y por eso a su potencial de felicidad. El ingreso de la mujer al trabajo a través de la creación de salas cunas es también una revolución, porque le permite tener más autonomía y renegociar las relaciones con su pareja, crear amistades, revalorizarse. Lo mismo se puede decir del Auge, del seguro de cesantía que viene. Hemos creado redes de protección.

Pero la gente se sigue quejando.
Nos quejamos. Nos pasa como los estudiantes del 68 en París que decían “No queremos tanta realidad, queremos un poco más de promesa”. No queremos tantas políticas públicas y sí más ideología, menos cosas y más utopías. Porque la vida doméstica es dura y no va a dejar de ser dura. Podemos hacerla un poquito más confortable, pero un poquito, porque estamos en un modelo cuyo combustible es la competencia, la flexibilidad y la autonomía. Si nos cortan esa manguera esta cuestión se desploma. Pero necesitamos tener un horizonte, como el sueño americano en Estados Unidos, que es un artefacto cultural, porque los que realmente logran llegar a la punta son contados. De todos modos, es una expectativa que moviliza y permite a la gente soportar los sacrificios, la espera. Nosotros carecemos de ese horizonte.

¿Lo tuvimos alguna vez?
Creo que lo tuvimos en los 90, algo se recuperó en los 2000, pero quedó herido con la crisis del 97. Y esta falta de horizonte no tiene que ver tanto con la realidad de las cosas, sino más con el discurso de las elites, que es muy negativo. No premia ni reconoce lo que hace la gente por salir adelante. Siempre todo es poco, o los demás lo hacen mejor que nosotros. Cada familia invierte hasta lo que no tiene para educar a sus hijos, pero la educación es mala. Es un discurso que va horadando el estado de ánimo de la gente. En Estados Unidos es al revés, los alegatos patrióticos siempre ensalzan la capacidad para salir adelante y el orgullo por lo logrado. Nuestra elite tiene un discurso totalmente crítico.

¿Con elite te refieres a los políticos y empresarios?
A ambos, y también, muy fuertemente, a los intelectuales. Como dice la Isabel Allende, aquí es de tonto ser optimista. Los intelectuales no colaboramos en crear esa historia mitológica en la cual se funda la unidad de los pueblos, que es lo que hacía Pablo Neruda; él construyó una mitología de Chile. Hoy no hay un Neruda. Teníamos una cohesión social que descansaba en el Estado, pero hoy el Estado es más frágil y pequeño. No estamos proveyendo otro factor de cohesión.

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