sábado, 21 de junio de 2008

Carlos Salinas de Gortari y la Década Perdida

En su popular libro "México en la frontera del Caos" Andrés Oppenheimer narra el pacto tácito que se da siempre entre presidente saliente y presidente entrante, para no agredirse ni acusarse en México. Da cuenta en este libro, altamente recomendable, como los dos sólos, Ernesto Zedillo y Carlos Salinas, negocian una salida para el problema de corrupción que inundaba México.
Ahora luego de 10 años Carlos Salinas de Gortari hace un ajuste de cuentas con Zedillo. Sin mencionarlo expresamente, ha escrito un libro, titulado "La Década Perdida" donde menciona como el gobierno de Zedillo se entregó a los Estados Unidos y cómo se mal utilizaron los recursos públicos. No olvidemos que el hermano de Carlos Salinas de Gortari, Raúl, fue fotografiado con una modelo en un yate y fue acusado de corrupción y desvío de fondos. Raúl, quien murió, era el hermano más querido de Carlos, era más que eso, era su "cuate". Aquí podrán leer el prólogo y epílogo de "La Década Perdida" gracias al diario La Reforma.

La nota del diario El Universal dice lo siguiente:

Con el gobierno de Ernesto Zedillo, México sufrió un viraje histórico que provocó una década de parálisis, afirma Carlos Salinas de Gortari. Y puntualiza que entre 1995 y 1998 se tomaron decisiones que convirtieron un problema en una crisis “y provocaron la ruina económica y social más grave desde la Revolución de 1910”.

El que fuera presidente de la República de 1988 a 1994 califica esto como un “cataclismo”, y señala que además de provocar dicha crisis, el gobierno zedillista solicitó ayuda al gobierno estadounidense y entregó el sistema de pagos con los bancos del país, lo que significó perder el control del motor que promueve el desarrollo nacional.

Al mismo tiempo, agrega Salinas de Gortari, México sufrió un saqueo de recursos sin precedente, tanto por lo que costó el llamado rescate bancario como por el envío de las utilidades bancarias a sus matrices en el exterior “pagadas con impuestos de los mexicanos”.

Un juicio demoledor. En su nuevo libro: La Década Perdida que circulará a partir de la próxima semana, Carlos Salinas de Gortari ajusta cuentas a Ernesto Zedillo Ponce de León. Y lo hace en el texto, de manera documentada, con citas y cifras para contribuir a un debate informativo.

Así, el autor manifiesta que al cancelar el programa social a favor de la organización popular —Solidaridad—, entregar el sistema de pagos del país, debilitar a Petróleos Mexicanos y atrofiar las finanzas públicas, se abatió la soberanía nacional y hubo un deterioro en las instituciones y la vida democrática.

Y aún más, sentencia que este retroceso neoliberal culminó con el atropello al régimen de libertades y el debilitamiento del estado de derecho. En el libro Salinas muestra documentos que, asegura, “detallan el uso de las procuradurías con agendas políticas y su consecuente deterioro institucional” y añade que “el corolario de todo ello fue la explosión del narcotráfico y la pérdida de la seguridad y la paz en territorios de muchas comunidades a manos de los cárteles”.

En el prólogo del libro, cuyo texto fue concluido esta primavera, Salinas de Gortari no escribió en ningún momento el nombre de Ernesto Zedillo, pero las alusiones son evidentes. Tampoco cita a Andrés Manuel López Obrador con nombre y apellidos, pero también queda claro a quién se refiere, por ejemplo:

“... Los problemas y las deficiencias de quien encabezó la jefatura de Gobierno en la capital durante esos años —2000 al 2006—, no deben generalizarse al partido que lo llevó al poder.

En su obra, Carlos Salinas expresa que frente al neoliberalismo que gobernó durante más de una década, se promovió una alternativa fundada en la tradición mexicana que consideraba la acción dominante y omnipresente del Estado como la única opción que permitía alcanzar los propósitos nacionales.

Explica que los que impulsaron esta alternativa privilegiaron al Estado como el gran propietario de la economía, dispensador de servicios, supuesto árbitro entre el capital y el trabajo sustituyendo a la sociedad organizada.

Eso significó, según su ensayo, el populismo autoritario ejercido desde el Gobierno de la ciudad de México entre 2000 y 2006. Y agrega que fue una alternativa que ya tenía antecedentes de gobierno, en México en la década de 1970 y durante la segunda mitad del siglo pasado en América Latina.

Este tipo de populismo, señala, con sus programas sociales clientelares, debilitando las organizaciones populares, con obras de relumbrón sin sustento financiero transparente, sin rendición de cuentas, debilita a su vez a las instituciones y al estado de derecho, y pretende perpetuarse en el poder.

Salinas de Gortari establece que en realidad esta supuesta alternativa no ofrece un gobierno nuevo, pues sus principales miembros ya gobernaron desde el PRI vinculado con la nomenklatura. Y expresa: “Tampoco es una repetición de la historia, a menos que antes fuera tragedia y ahora terminara en comedia”.

El ex presidente de la República aclara, sin embargo, que en los dos gobiernos federales que llevaron al país al neoliberalismo, hubo un esfuerzo comprometido para evitar ello, de servidores públicos, trabajadores y dirigentes sindicales, líderes sociales y reformadores del PRI y del PAN. También señala que dentro del PRD hay dirigentes y militantes comprometidos con una verdadera alternativa progresista que promueven el respeto al estado de derecho y el fortalecimiento de la vida institucional.

En el prólogo de La Década Perdida, Carlos Salinas de Gortari menciona la lealtad solidaria y la fina inteligencia de su esposa Ana Paula Gerard, y dice que sus hijos, Cecilia, Emiliano y Juan Cristóbal realizaron exigentes lecturas de diversas partes del manuscrito. Agrega que espera que Ana Emilia Margarita y Patricio Jerónimo encuentren en las páginas de la obra una explicación complementaria de lo acontecido durante la primera década de su vida y se refiere en especial a Mateo, porque su llegada es una responsabilidad bienvenida y una oportunidad agradecida.

También señala que de sus hermanos, Adriana revisó partes del manuscrito, Raúl compartió su dramática experiencia para un capítulo sobre las fabricaciones y abusos que padeció a lo largo de sus procesos, Sergio realizó señalamientos precisos sobre partes del contenido y todos conservan la tristeza por la ausencia de Enrique.


El Prólogo de la "Década Perdida" gracias a Reforma de México a continuación:
Prólogo del libro 'La Década Perdida'

Grupo Reforma reproduce extractos del libro del ex Mandatario

Grupo Reforma


Ciudad de México (4 de mayo de 2008).- Hace casi un siglo, en 1909, se publicó una obra que analizaba la situación social y económica de México, así como sus circunstancias políticas. Era, sobre todo, un reclamo por la terrible condición en que vivían los campesinos y contra la gran concentración de la propiedad. Su autor, Andrés Molina Enríquez; su título, "Los grandes problemas nacionales". Tal vez no hubiera conocido mejor fortuna de no ser porque esta radiografía resultó premonitoria del gran movimiento social que estalló en 1910: la Revolución mexicana.

Junto con la obra publicada unos años antes por Justo Sierra, conocida después como la "Evolución política del pueblo mexicano", ambos autores buscaban reafirmar su respeto por la República y su exigencia de promover el progreso a partir del debate, desde distintas atalayas, sobre una realidad que los conmocionaba. Su batalla por las ideas fue concomitante con la lucha que otros daban alrededor del impulso antireeleccionista de Francisco I. Madero y su obra "La sucesión presidencial de 1910", así como de la proclama del Partido Liberal Mexicano de 1906 de los hermanos Ricardo, Jesús y Enrique Flores Magón.

En el ámbito internacional éstos eran, asimismo, tiempos de integración de mercados, conflictos entre imperios y crisis económicas, como la de 1907. En el nacional había indicios de progreso, junto a masivas exigencias de justicia y democracia.

Invocar estas grandes obras publicadas en la primera década del siglo pasado no significa pretender que hoy la historia se repite, ni que los problemas de ahora anticipan un movimiento como el de entonces. Eso sería ignorar los grandes cambios internacionales que ocurrieron a lo largo del siglo XX y su repercusión en México, en la economía, las relaciones sociales, los aspectos políticos y la vida cultural. Tampoco sería atinado ahora proponerse la realización del análisis, como esos autores lo hicieron entonces, a partir del positivismo.

Tampoco que persistan los mismos problemas señalados en esas obras precursoras, en particular la de Molina Enríquez, lo cual significaría desdeñar las transformaciones que varias generaciones de mexicanos promovieron dentro del país a lo largo del siglo pasado. De ahí que no pueda pretenderse que el señalamiento de los principales problemas actuales anticipe un hecho revolucionario como el ocurrido hace casi 100 años.

Sin embargo, al inicio del siglo XXI, México padece, serios y graves problemas. Éstos han derivado de dos alternativas convertidas en gobierno: el neoliberalismo y el populismo autoritario. A causa de ellas, el país perdió una década, ha enfrentado la encrucijada entre la entrega excesiva al mercado y la dependencia desmesurada en el Estado y ha sido colocado en el falso dilema de escoger entre el mercado o el Estado. Una y otra alternativas se han ido enraizando en la vida diaria de los mexicanos y en sus mentalidades.

Como ambas alternativas han significado una década perdida para el país, requieren ser exhibidas de manera documentada para contribuir a un debate informado y objetivo. Eso exige recurrir a fuentes diversas y acreditadas. De ahí la proliferación de citas y cifras en esta obra. No hay otra manera de enfrentar y debatir con reciedumbre adversidad tan perjudicial.

El freno de la modernización

Esta década perdida significó la paralización, entre 1995 y 2006, del proceso modernizador de México, Sin duda, durante ese periodo se dieron cambios importantes que resultaron benéficos para el país, unos promovidos por políticas públicas y otros por acontecimientos determinados por la realidad social y política.

Pero entre 1995 y 1998 el país padeció un viraje histórico que se enraizó durante toda la década en estudio. En esos años se tomaron decisiones que convirtieron un problema en una crisis y provocaron la ruina económica y social más grave desde la Revolución de 1910. El cataclismo fue tan profundo que, 10 años después, muchos mexicanos todavía consideraban que el país seguiría en crisis.

Además de provocar dicha crisis, durante esos años y por primera vez en la historia contemporánea de México, el gobierno mexicano solicitó ayuda al gobierno estadounidense y se entregó el sistema de pagos, con los bancos del país (previamente refinanciados), a los extranjeros. Esto significó la pérdida del control del motor que promueve el desarrollo nacional. Al mismo tiempo, México sufrió un saqueo de recursos sin precedente, tanto por el costo del llamado rescate bancario como por el envío de las utilidades bancarias a sus matrices en el exterior (pagadas con impuestos de los mexicanos). El país se quedó sin financiamiento para su desarrollo, a lo cual se agregó la suspensión de las reformas de nueva generación que México necesitaba para alcanzarlo.

Durante esos años se canceló el programa social que promovía la organización popular, Solidaridad, y en su lugar se introdujo otro, Progresa-Oportunidades, que privilegió el individualismo posesivo, debilitó la formación democrática y desalentó la participación social. Convirtieron a los pobres en objetos, en lugar de sujetos, de su transformación.

Fue así como durante esa década se frenó el proceso reformador del país a favor de la modernización. La economía mexicana enfermó y creció cada vez menos durante los periodos presidenciales que abarca esa década. Este decaimiento económico ocurrió, paradójicamente, cuando la economía internacional registró la expansión más larga en su historia y el país contó con un monto extraordinario de recursos financieros. En ese contexto, México perdió la oportunidad histórica de consolidar su modernización y convertirse en un país más desarrollado.

Por eso cundió el desánimo entre la mayoría de los mexicanos, más de medio millón decidieron emigrar cada año a Estados Unidos. Una emigración de esa magnitud en tiempos de paz reflejó un rompimiento interno de los lazos familiares y sociales largamente anudados; es decir, la salida de millones de mexicanos fue no sólo un terrible fenómeno económico, sino también una debacle moral y derivó en un veredicto muy adverso para el neoliberalismo.

Además, tanto los neoliberales como los populistas destruyeron estructuras económicas y sociales cuya edificación había requerido mucho esfuerzo, para construir totalmente de nuevo, "como si no tuviéramos pasado". Un pequeño grupo actuó en nombre de un mejor futuro, pero dejó a la sociedad mexicana desalentada, sin horizonte de progreso justo y soberano, y muy dividida. El pueblo pagó las consecuencias de estas alternativas fallidas.

Durante esa década predominó el desánimo social y, ante la falta de ese horizonte, por la pérdida de la gran oportunidad de salir del subdesarrollo, aumentó el desencanto entre los adultos y jóvenes. Conviene reiterar que, como se ha escrito con razón, uno de los efectos más terribles de la crisis iniciada en 1995 fue la pérdida de los resultados más alentadores alcanzados por la primera generación de reformas del inicio de los noventa. Entre esos resultados destacó ...reanimar una fe pública y orgullosa en que los mexicanos podían hacer que su trabajo y su valía fueran consistentes y duraderos. En las últimas crisis, la pérdida más dolorosa para el país ha sido avergonzarse de esa fe.

Hacia una caracterización del neoliberalismo...

La esencia del neoliberalismo está en su fundamentalismo de mercado (lo cual, sorprendentemente en México se complementó con el apoyo a los monopolios); asimismo, el neoliberalismo en México consideró que la nación no era más que un mero agregado de individuos, aislados y sin organización, y la soberanía era un asunto del pasado. Abatieron la autodeterminación popular. Los gobiernos neoliberales convirtieron en doctrina el llamado Consenso de Washington. Todo, en el marco de un país postrado social y económicamente, pues en unos cuantos años entregaron el sistema de pagos, duplicaron la deuda pública y lo contaminaron de la enfermedad holandesa.

Los neoliberales hicieron depender todo de la acción individual y privada, del individualismo posesivo: sólo se trabaja para sí y el individuo desea más de los demás. Consideraron el mundo un mero campo para la actividad de compradores y vendedores. Ninguna sociedad representaba otra cosa que un gran mercado. Hicieron énfasis en la democracia formal, pues asumieron los cambios legales como fin último de los procesos democratizadores. De acuerdo con ellos, la democracia emanaba únicamente del individuo. No tuvieron preocupación real por la defensa de los derechos humanos, pues los consideraron un obstáculo para castigar a los delincuentes.

La convicción neoliberal, adversa a la soberanía popular, ha estado dominada por la creencia de que sólo la eficiencia económica de individuos aislados puede promover el crecimiento y reducir la pobreza. En lugar de referirse a la racionalidad económica, antepone su fundamentalismo del mercado. No hay espacio para políticas sociales que alienten la organización popular, el empadronamiento de los pobres. Así, el neoliberalismo destruye el capital social mediante la centralización y la dádiva individual de sus programas, y el rompimiento de las organizaciones sociales. En realidad ha sido el clientelismo de la tecnocracia.

Al centralizar, caen en la paradoja de recurrir al Estado que parecían rechazar con su dogma del mercado. Finalmente, al llegar al gobierno en realidad daban a la acción estatal un papel medular. A pesar de ello, resultaron incompetentes, pues cayeron en los índices de eficacia gubernamental.

Entre los neoliberales el mercado representó la realidad absoluta. La sociedad fue considerada un complejo de mercados: los mecanismos del mercado bastaban para resolver el reto de la justicia y, en última instancia, la injusticia se resolvía por sí sola. Para los neoliberales, el crecimiento económico fue una meta privada. En lo social, promovieron el asistencialismo: el apoyo individualizado, focalizador, impuesto desde la autoridad para debilitar la organización popular. En las zonas donde resultó más evidente la inequidad, como las rurales, promovieron métodos individualistas de producción. En general, alentaron el voluntarismo y la creación de asociaciones sin objetos expresamente sociales. El resultado final fue el egoísmo y la soledad.

En el neoliberalismo no hubo nada que modificara los métodos tradicionales de ejercer el poder desde un Estado centralizado; pero aún, en particular amplificó el control del Estado sobre individuos aislados, como si las decisiones económicas se dieran en un vacío político, sin confrontación de intereses y sin un marco de complejas circunstancias internacionales.

...y del populismo autoritario

Frente al neoliberalismo que gobernó durante más de una década se promovió una alternativa fundada en la tradición mexicana que consideraba la acción dominante y omnipresente del Estado como la única opción que permitía alcanzar los propósitos nacionales. El Estado como el gran instrumento de la trasformación social. Quienes impulsaron esta alternativa privilegiaron al Estado como el gran propietario de la economía, dispensador de servicios, supuesto árbitro entre capital y el trabajo, sustituto de la sociedad organizada. Postularon un capitalismo de Estado que en realidad es capitalismo subsidiado por el Estado. Fue una alternativa que fundó su tesis y acción en hacer depender a la sociedad en el Estado, y otra vez ofreció prosperidad sin esfuerzo, a partir de generalidades carentes de sustento. Para ellos el pueblo es una masa disponible sin capacidad para conducir organizadamente su destino. Confundieron lo social con lo estatal y los derechos sociales con los deberes del Estado y culminaron con la tutela sobre las organizaciones populares, a las que hicieron depender del subsidio estatal. Convirtieron el ideario de las varias revoluciones mexicanas en una camisa de fuerza marcada por el estatismo, el corporativismo, el proteccionismo y el control vertical sobre los movimientos populares. Es un nacionalismo estatificador. La lógica tras esta doctrina ha sido el control y la desconfianza.

Se trató del populismo autoritario, ejercido desde el Gobierno de la Ciudad de México entre 2000 y 2006. Fue una alternativa que ya tenía antecedentes de gobierno: en México, en la década de 1970; en América Latina, durante la segunda mitad del siglo XX. Es el tipo de populismo que, con sus programas sociales clientelares, su debilitamiento de las organizaciones populares, sus obras de relumbrón sin sustento financiero transparente, sin rendición de cuentas, debilita a su vez a las instituciones y al Estado de derecho, y pretende perpetuarse en el poder. Burocratizaron las fuerzas populares de reforma. Es en realidad el clientelismo de la burocracia.

También incurre en paradojas, como el privilegiar circunstancias de mercado y grupos empresariales afines a él, junto con la omnipresencia del Estado. En realidad, no ofrece un gobierno nuevo, pues sus principales miembros ya gobernaron desde el Partido Revolucionario Institucional (PRI) vinculado con la nomenklatura. Tampoco es una repetición de la historia, a menos que antes fuera tragedia y ahora terminara en comedia. Pero sus repercusiones son tan adversas que se ha vuelto un dique para el desarrollo soberano y popular del país.

Este populismo mexicano ha sido la restauración de un viejo PRI. Por eso recurre a procedimientos, intolerancias y manipulaciones del pasado, que la nomenklatura mexicana convirtió en obstáculo para nuestro desarrollo. Esos procedimientos presentaban como cualidad nacionalista la supuesta protección estatal, que en realidad era discrecional, tutelar, centralizadora y autoritaria. Expropiaron progresivamente la libertad individual al convertir las organizaciones y demandas sociales en asunto del Estado. Su tolerancia consistió en considerar que todo el que no estaba de acuerdo con ellos era su enemigo y que ellos eran los únicos acertados; su manipulación, en querer identificar la lucha de la nación con su doctrina: todo el que no aceptara sin discusión esa doctrina era presentado como opositor al país. Han promovido la polarización al interior de su partido y a lo largo de la nación.

Por eso se trata de una vuelta al pasado que incluye las peores prácticas de ese modelo anquilosado. Y al promover el debilitamiento de las instituciones y el desprecio al Estado de derecho, así como al evitar la rendición de cuentas, ese populismo resultó autoritario.

Neoliberalismo y populismo: de un programa por el pueblo a un programa para la gente.

El neoliberalismo colocó al individuo aislado dentro del mercado; el populismo colocó al ciudadano como menor de edad, dependiente del Estado: uno y otro agruparon a los individuos como "la gente".

El rasgo social más costoso de los neoliberales y los populistas ha sido la sustitución del "pueblo" por la "gente". No sólo se ha tratado de una diferencia semántica, aunque en los discursos de unos y otros ya no hubo "pueblo", sino sólo "gente": en realidad esta sustitución ha significado un grito radical en la concepción y el destino del desarrollo nacional.

Los neoliberales consideran que los habitantes del país son "la gente", es decir, una suma de individuos en una colectividad imaginaria, en la que aquéllos entran y salen. Para el neoliberalismo se trata de seres aislados que no se conocen ni están organizados. No hay solidaridad entre esos individuos, y sus opiniones son meras expresiones al azar. Por eso los neoliberales cancelaron los programas sociales que fortalecían al pueblo organizado y en su lugar promovieron los que, en el marco de su fundamentalismo del mercado, encumbraran a esa "gente" aislada, sin solidaridad. Impiden la transformación de individuos en ciudadanos.

Si para los neoliberales la gente es una abstracción, conviene reiterar que para la alternativa populista son masas disponibles. El populismo autoritario abate las redes de solidaridad a partir de la imposición de controles verticales de autoridad y de la práctica del clientelismo mediante las organizaciones sociales controladas desde el gobierno, lo cual refuerza la dependencia en el Estado. Al final, en lugar de pretender representar y hablar por el pueblo, su dirigente actúa como si él fuera "el pueblo".

El populismo y el neoliberalismo tienen el mismo propósito: destruir la capital social, es decir, cancelar la participación popular organizada que deriva en las redes de relación, corresponsabilidad y solidaridad al interior de las comunidades, propósito que, asimismo, contribuyó a debilitar la fortaleza soberana de la nación. Mediante sus clientelismos, ambas alternativas debilitan la formación cívica de los ciudadanos, y así promueven una democracia disminuida.

Frente a las concepciones neoliberales y populistas se levanta el pueblo. Es la misma gente, pero, como personas que se conocen implícitamente, hay solidaridad entre ellos, Si bien es cierto que en otra época se abusó del término pueblo, en su sentido auténtico es algo muy serio: quienes conforman el pueblo tienen valores similares, comparten un propósito, una misión. Su identificación no es producto del azar, sino del resultado de una larga lucha en común.

Estructura de la obra

El libro lleva por título La "década perdida" y en el subtítulo la referencia al neoliberalismo y al populismo en México entre 1995 y 2006. El lector podría reclamar que se trata de un periodo que supera los 10 años. Pero el término década ha sido utilizado por diversos medios nacionales e internacionales para referirse a este periodo como un decenio perdido (por eso está entrecomillado). Según se documenta al inicio de la obra, valga una licencia literaria para ayudar a la conceptualización de la época en cuestión.

El trabajo pretende ser más un relato que un análisis. Preferí que el lector derive sus propias conclusiones de los documentos y textos citados. Ellos hablan por sí mismos.

Dos partes componen la obra: la 1, dedicada a reseñar los abusos del mercado cometidos durante el periodo neoliberal; la 2, los abusos desde el Estado en que ha incurrido la versión mexicana del populismo autoritario. Al final hay una reflexión a manera de epílogo.

La parte 1 abarca los abusos desde el mercado bajo el neoliberalismo. En ella se precisa que, contrario al estereotipo que se ha divulgado, en realidad el dogma neoliberal se introdujo en México a partir de 1995, cuando convirtieron en doctrina las medidas del Consenso de Washington (capítulo 1). Se documenta la crisis de 1995-1996 -la más severa desde la Revolución de 1910- y la explosión en la migración que provocó, el estancamiento económico al que esa alternativa llevó al país, la enfermedad que contagió a la economía y la imposibilidad de crecer a tasas como las de otras naciones similares a la nuestra, todo lo cual ocurrió (conviene insistir) durante la expansión económica más larga que ha vivido la economía internacional (capítulo 2).

A partir de las reformas introducidas al final de los ochenta e inicio de los noventa, con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), México tuvo la oportunidad de convertirse en un país más desarrollado, con el control nacional sobre dos áreas fundamentales: los energéticos para su crecimiento y el financiamiento de su desarrollo. Un México fuerte y soberano siempre será un mejor socio comercial de Estados Unidos, y con capacidad para generar las oportunidades de progreso que requiere nuestra población. Esto fue en gran parte lo que se perdió durante esa década.

También fue una década perdida en lo social (capítulo 3), sobre todo por la incapacidad para reducir el número de pobres y la concentración del ingreso. Lo fue, asimismo, por la introducción de un programa (Progresa Oportunidades) que abandonó la organización popular y en su lugar promovió el individualismo posesivo. Se convirtió en el clientelismo de la tecnocracia. Este programa significó un grave retroceso en el fortalecimiento de la participación organizada y la formación cívica de los ciudadanos. Los documentos oficiales confirman que, de la misma manera, fue una década perdida tanto en el combate a las desigualdades en el campo como por el deterioro de la calidad del sistema educativo. Su corolario fue el debilitamiento de la autodeterminación popular.

La década estuvo marcada por el viraje histórico de 1995-1998. Al cancelar el programa social a favor de la organización popular, entregar el sistema de pagos del país, debilitar a Petróleos Mexicanos (Pemex) y atrofiar las finanzas públicas (al duplicar la deuda nacional en unos cuantos años), abatieron la soberanía nacional (capítulo 4). A pesar del discurso oficial, los resultados de las evaluaciones independientes y las encuestas confirmaron que durante esa década también hubo un deterioro en las instituciones y la vida democrática.

Este retroceso neoliberal culminó con el atropello al régimen de libertades y el debilitamiento del Estado de derecho (capítulo 5). Su repercusión para amplias capas de la población, y también en el ámbito personal, se muestra mediante los documentos que detallan el uso de las procuradurías con agendas políticas, y su consecuente deterioro institucional. El corolario fue la explosión del narcotráfico, y la pérdida de la seguridad y la paz en territorios de muchas comunidades a manos de los cárteles.

Ante el desencanto nacional provocado por la década perdida neoliberal, la parte 2 reseña los abusos desde el Estado bajo la alternativa que se presentó en el Gobierno de la Ciudad de México entre 2000 y 2006. Frente a las pretensiones de considerarla como una opción de izquierda, su análisis inicia (capítulo 6) con un relato sobre los movimientos populistas revolucionarios en Rusia y las experiencias de Estados Unidos en esa corriente durante el siglo XIX, así como el surgimiento del populismo radical de derecha en Europa al final del siglo XX; concluye con una tipología del populismo en América Latina, como preámbulo a lo acontecido en la capital de la República.

Se documenta el comportamiento específico del populismo que, a partir de 2000 y en el Gobierno de la Ciudad de México, practicaron desde el poder y no como alternativa que desde la oposición busca alcanzar ese poder (capítulo 7). Sus prácticas muestran a un gobierno alejado del populismo revolucionario, así como de las luchas populares ocurridas en México al inicio del siglo XX. En realidad, estamos ante un populismo autoritario, similar a las expresiones más retrasadas de la región latinoamericana.

La pretensión de esta alternativa es ser considerada de izquierda, sin embargo sus acciones la ubican en otra posición (capítulo 8). El saldo del populismo autoritario mexicano fue desfavorable para el avance democrático y el progreso popular: no pudo construir una alternativa moderna de izquierda. Se consolidó el clientelismo de la burocracia, en el marco del debilitamiento institucional y su convocatoria a la polarización social.

Por último, el epílogo concluye con el resultado de esta década perdida en términos de una democracia disminuida. Los fundamentalistas del mercado y el populismo estatista llevaron a debilitar la democracia y coincidieron en recurrir al Estado para sus abusos. Se pone de manifiesto el ocultamiento del retroceso institucional, económico, social, judicial y educativo, así como la fabricación de chivos expiatorios que, para distraer y confundir a la opinión pública, fueron planeados por estas dos alternativas. El corolario inevitable es la necesidad de construir una alternativa de auténtico progreso popular ante un mundo plagado de riesgos, incertidumbres y ansiedades, como el que enfrenta nuestro país.

El revés del neoliberalismo y el populismo ocurrió a pesar del trabajo dedicado de miles de mexicanos

Al sintetizar el quehacer gubernamental dentro del neoliberalismo y el populismo autoritario durante esta década, sería injusto pretender ubicar en esas dos alternativas la labor dedicada de tantos mexicanos que trabajaron en esos gobiernos, pero que no comparten propuestas tan dañinas para el país, así como la de aquellos que participaron dentro de los partidos políticos y la sociedad civil organizada.

Las deficiencias del neoliberalismo ocurrieron a pesar del trabajo comprometido de funcionarios y servidores públicos en el gobierno federal durante las administraciones que abarcó. La dirección política de esos dos gobiernos llevó al país hacia el neoliberalismo, no obstante, el esfuerzo tanto de modestos servidores públicos como de directores de paraestatales y miembros del gabinete, trabajadores y dirigentes sindicales, líderes sociales, así como de reformadores dentro del PRI y del Partido Acción Nacional (PAN).

En la Ciudad de México la dirigencia en el gobierno impuso la alternativa populista autoritaria a partir de finales del año 2000. Sin embargo, dentro del Partido de la Revolución Democrática (PRD) se han distinguido dirigentes y militantes comprometidos con una verdadera alternativa progresista. Ellos sostienen principios de soberanía, justicia, libertad y democracia. Promueven el respeto al Estado de derecho y el fortalecimiento de la vía institucional. Han trabajado en la lucha popular, y alentado la participación en organizaciones autónomas. Están comprometidos con la nación. Por eso, los problemas y las deficiencias de quien encabezó la Jefatura del Gobierno en la capital durante esos años no deben generalizarse al partido que lo llevó al poder.

Reconocimientos

Como en mi obra anterior, reconozco, en primer lugar, a mi esposa y compañera, Ana Paula Gerard, por su lealtad solidaria y su fina inteligencia. En particular, por sus observaciones cuidadosas a partes delicadas de este trabajo. A mis hijos Ceci, Emiliano y Juan Cristóbal, quienes realizaron una lectura exigente de diversas partes del manuscrito. Nuevamente espero que Ana Emilia Margarita y Patricio Jerónimo encuentren en estas páginas una explicación complementaria de lo acontecido durante la primera década de su vida. Y en especial para Mateo, porque su llegada es una responsabilidad bienvenida y una oportunidad agradecida.

Entre mis hermanos, Adriana revisó partes del manuscrito, y sus comentarios y sensibilidad fueron importantes para mejorarlo. Raúl compartió su dramática experiencia para el capítulo 5, sobre las fabricaciones y abusos que padeció a lo largo de sus procesos. Sergio realizó señalamientos precisos sobre partes del contenido. Todos conservamos el privilegio de contar además con la opinión cuidadosa de varios amigos que fueron lectores comprometidos, y por quienes guardo especial aprecio. Como toda obra, la responsabilidad sobre los errores incurridos y las deficiencias expresadas son exclusivamente del autor.

Mi agente literario, Carmen Balcells, mantuvo su estímulo generoso y exigente a lo largo de los años que requirió la preparación de la obra. Fue una entusiasta promotora de su conclusión. En México, Cristóbal Pera, de Random House Mondador, fue aliento permanente para llevarla a la luz pública. En particular aprecio la revisión crítica y analítica de Ariel Rosales. Durante la redacción de la obra, laboré casi ocho años en la Ciudad de México y también en centros académicos de Estados Unidos y Europa; en particular recurrí a los impresionantes archivos de la British Library para consultar muchos de los documentos en los que se basa esta investigación. Agradezco la generosidad de esa gran institución, además de la concentración que permite el silencio en sus amplios salones de lectura.

En cierto sentido, esta obra es la continuación de la anterior, "México: un paso difícil a la modernidad". Ese libro fue una rendición de cuentas sobre el pasado, pues abarca mi responsabilidad en la Presidencia de la República, escrito no como un ensayo para ganar apoyos o adeptos en el presente, sino como "una posesión para el tiempo". Ahora escribo sobre la actualidad que es pasado reciente, con mayor cercanía en el tiempo sobre los hechos, pero sin haber participado en ellos. Mi propósito es aportar a la batalla de las ideas un diagnóstico diferente sobre la realidad actual, para contribuir a una mejor comprensión de nuestra circunstancia, así como de las oportunidades y los riesgos del futuro.

Éste es un trabajo que en diversos pasajes requiere lectura exigente para comprender por qué las alternativas neoliberal y populista autoritaria provocaron una década perdida para el desarrollo nacional. El desenlace, tan adverso, se vuelve un reclamo dentro de la batalla de las ideas para dejar atrás la trivialización del debate y la polarización social, y proponer una alternativa de progreso popular que reforme el gran viaje histórico de esta década y retome la modernización mexicana, soberana y popular. Ése será, sin duda, el tema de un trabajo próximo a favor de las mejores causa de la nación.

México, primavera de 2008.


El Epílogo del libro "La Década Perdida" a continuación:
Un proceso modernizador frenado: democracia disminuida, encubrimientos y chivos expiatorios

Las dos alternativas que dominaron el horizonte nacional al cierre del siglo XX y al inicio del siglo XXI fracasaron en crear oportunidades dignas para la nación y los mexicanos. El País padeció un grave viraje de consecuencias ominosas, las cuales se procuró documentar a lo largo de esta obra mediante fuentes objetivas y confiables. Hay evidencias insoslayables: la preocupación y el desencanto recogido en las encuestas, la constante disminución de la participación electoral y la emigración masiva de mexicanos a Estados Unidos son tan sólo tres caras de un mismo acontecer, que confirma que el País ha vivido una época perdida y contribuido a la desmoralización de los mexicanos.

Una y otra alternativas resultaron perjudiciales para alcanzar los grandes propósitos nacionales. Así, debilitaron la soberanía nacional, restringieron el régimen de libertades, desplomaron la posibilidad del desarrollo sustentable, agudizaron la inseguridad y resultaron incapaces de revertir las condiciones de pobreza y concentración del ingreso en México. La presencia de nuestro País en el ámbito internacional perdió relevancia, y entre los ciudadanos creció la desconfianza en sus instituciones y en el Estado de derecho.

Por eso, como se señaló en el prólogo de este libro, si bien el País no vive en condiciones tan adversas como hace casi un siglo, cuando se publicó la obra de Andrés Molina Enríquez sobre los grandes problemas nacionales, el balance heredado por la década perdida, al inicio del siglo XXI, es desalentador y también alarmante. Todo enmarcado en el debilitamiento del Estado de derecho y control creciente de los cárteles sobre el territorio nacional. Durante esa década se atascó el impulso modernizador, popular y soberano del País.

La Democracia disminuida

La suma de estas circunstancias desmoralizadoras reside en una democracia disminuida, dejada tanto por los neoliberales como por el populismo autoritario. Esta merma del proceso democrático tiene repercusiones fundamentales en la lucha por la justicia social y en la legitimidad del Estado mexicano para la defensa de nuestra soberanía.

La focalización de los neoliberales y el control vertical del populismo autoritario (clientelismos de la tecnocracia y burocracia), ya en sus programas sociales, ya en su quehacer político, se han combinado para rebajar la vida democrática del País. Al cancelar la participación organizada del pueblo, estas dos alternativas abatieron la autodeterminación popular. En términos de Theda Skocpol, el País vive una democracia disminuida. Como se ha señalado respecto a la nación estadounidense, Alexis de Tocqueville "estaría sorprendido ante tanto énfasis en un localismo cívico apolítico, porque él creía que un gobierno y una política democrática y vigorosa se nutren y complementan de la sociedad civil participativa. Frente a ello, al inicio del siglo XXI los norteamericanos viven en una democracia disminuida, en un mundo cívico mucho menos participativo y más administrado por una oligarquía".

En México, en el periodo anterior a la década perdida, la movilización popular promovida por el Programa Nacional de Solidaridad fue incluyente, con mensajes sencillos, comunicación personal mediante redes sociales y tiempo adecuado para que los ciudadanos, con su participación organizada, pudieran resolver y retroalimentar el propósito democrático. A partir de 1995 esa participación se canceló y los programas sociales se ejercieron sólo por invitación, focalizada y/o clientelar, en la que los mensajes se orientaron hacia categorías de personas estrechamente definidas.

Los gobernantes pasaron a focalizar o controlar de manera clientelar y selectiva a segmentos de la población cuidadosamente identificados (por estudios de expertos). Grandes cantidades de ciudadanos fueron fácilmente ignorados, al no ser considerados como parte de grupos que aportaban recursos o votaban como se esperaba. El resultado principal de la política derivada de ambas alternativas ha sido en extremo desmovilizador. Culminaron en convertir a los pobres en objetos y no en sujetos de su transformación.

El comportamiento clientelar de neoliberales y populistas ha limitado sustancialmente la movilización de amplios grupos de la población en la vida pública y ha estimulado la fragmentación de identidades sociales. Todo eso ha concluido tanto en la trivialización como en la polarización del debate público.

Estos clientelismos, (tanto de la tecnología como de la burocracia) han favorecido una mayoría de grupos pequeños, aislados, los cuales están obsesivamente concentrados en sus preocupaciones personales. Ambas alternativas han desalentado a los ciudadanos a vincularse con temas comunitarios amplios; el efecto ha sido aún más desfavorable en relación con los asuntos regionales, estatales o nacionales. Por eso, han debilitado los lazos recíprocos, las organizaciones populares, y han contribuido a que disminuya la participación en las elecciones y en los debates tanto sobre los grandes problemas nacionales de la actualidad como en los relevantes de la vida cotidiana.

Éste ha sido el resultado de sustituir al "pueblo" por la "gente". Neoliberales y populistas se combinaron en un giro radical tanto en la concepción del desarrollo general del país como en las perspectivas para su desenvolvimiento. Los hechos confirmaron que para los neoliberales la nación no fue más que un mero agregado de individuos, aislados y sin organización, con opiniones que resultaron meras expresiones sin concepción. Por su parte, los populistas autoritarios han considerado al pueblo como una masa disponible, sin capacidad para conducir organizadamente su destino, sin propósito ni misión. Sus programas sociales no han sido otra cosa que actos clientelares para ejercer el control vertical desde la autoridad superior de la capital hacia los grupos sociales.

Ambas alternativas coincidieron en manipular y convertir en objetos, en lugar de sujetos, a amplios grupos del pueblo mexicano: una, neoliberal, se obsesionó con su entrega al mercado, y la otra, populista autoritaria, con la dependencia en el Estado.

Desaliento en la población, encubrimiento entre neoliberales, ¿el motivo? Los dos gobiernos federales fueron parte del mismo proyecto.

En gran parte, el desaliento que vive el país ha sido producto no sólo de la incapacidad de una y otra alternativas para generar oportunidades de progreso y seguridad, sino también a causa del desencanto generado ante la impunidad de que gozan quienes llevaron al país a situación tan desfavorable.

En diciembre de 2000 terminó el primer gobierno neoliberal. Su propósito era perpetuarse mediante la alianza con la nomenklatura priista adversa a las reformas del liberalismo social. Ése fue su primer objetivo. Con esa intención, dispusieron una serie de medidas para alcanzar la victoria electoral en las elecciones presidenciales de 2000: expansión del gasto, desvío de recursos públicos, abuso de información confidencial y presencia dominante en medios. Cuando en las urnas el electorado le negó la victoria al débil candidato oficial, el gobierno que terminaba viró hacia su escenario alternativo y combinó intereses y políticas con el gobierno que iniciaba: el proyecto neoliberal se consolidó entonces en el país.

Es por eso que en la prensa se ha señalado que, a finales de 2000, el gobierno saliente logró un pacto de protección y alianza con el entrante. Así lo confirmaron funcionarios del nuevo gobierno: "El Presidente Fox pecó de silencio ante la crítica situación que se encontró en el país". ¿Qué justificación dieron para callar? La explicación pretendió ser trivial para esconder el encubrimiento: "Fue el precio que pagó para mantener la estabilidad macroeconómica". Más que la supuesta desestabilización de los mercados ante una denuncia de los hechos adversos que heredaban, la coincidencia de proyectos los hizo llegar al pacto de protección mutua. Como precisaron documentos reproducidos en esta obra, el 80 por ciento de los ilícitos cometidos en el Fobaproa quedaron impunes por omisiones, que llegaban al encubrimiento por parte de las procuradurías. En realidad, hubo colusión de intereses para consolidar la doctrina neoliberal; asimismo, incapacidad de la alternativa del populismo autoritario para exhibirla.

Ocultaron el desastre económico y social

Para mantenerse en el poder durante una década, los neoliberales lograron ocultar los estudios y evaluaciones que mostraban el resultado adverso de sus políticas. También soslayaron su responsabilidad directa en el deterioro social. Y lograron ser excusados de haber llevado al país, a partir de los errores cometidos, las oportunidades, pérdidas y decisiones contrarias a la soberanía nacional, a la peor crisis económica y social desde la Revolución de 1910.

Así, ocultaron el verdadero endeudamiento del país: mientras que en el último Informe Presidencial del sexenio que concluyó en 2000 se anunció una drástica reducción de la deuda pública, en realidad durante esos seis años duplicaron la deuda histórica de México, como resultado del saqueo derivado del rescate de los bancos; también ocultaron el verdadero déficit fiscal: fue tan elevado que impidió recurrir al gasto público para estimular la economía.

Esto fue complementado con dos acontecimientos igualmente aciagos. El primero de ellos consistió en el ocultamiento de la explosión que provocó en la pobreza: el primer gobierno neoliberal escondió deliberadamente el Informe del Banco Mundial, realizado en 1996 y que confirmó la duplicación del número de pobres en el país en sólo dos años (1995 y 1996). No se conocieron sus resultados sino 10 años después, como fue denunciado. El segundo fue la terrible caída de la calidad de la educación para los niños y jóvenes mexicanos: pocos días antes de concluir la década neoliberal, también se acusó que desde hacía 10 años el gobierno había decidido no publicar los resultados desfavorables de la evaluación educativa. Por eso se anotó en 2006:

Hace 10 años la Secretaría de Educación Pública, a través de las autoridades responsables de la evaluación educativa, decidió no publicar los resultados de la primera evaluación internacional de México realizada por la agencia internacional del logro educativo (IEA). [...] Por las reglas de la IEA, esto implicó destruir los resultados.

La decisión de ocultar la verdadera situación educativa resultó muy lesiva para el país:

Si hace 10 años en lugar de destruir la evidencia se hubiera optado por adoptar el tema de medición y evaluación de la educación como políticas de Gobierno y Estado, México tendría una época de experiencia, información y avances. [...] El costo para el país, los papás y los niños es inmedible [...] los castigamos con un sistema educativo anacrónico y sin incentivos al cambio.

También ocultaron la capitulación ante los extranjeros durante el gran viaje

Lograron apartar del debate público el efecto tan adverso que tuvo para el país solicitar ayuda a un gobierno extranjero y aceptar la imposición de sus políticas, así como el gran negocio que dieron a unos cuantos al proporcionales información reservada sobre la devaluación que planeaban, al rescate de los bancos y, después, la entrega de esos bancos y del sistema de pagos a los extranjeros. Todo culminó en la sequía financiera para el desarrollo nacional, pues esa entrega significó también el envío inmediato de utilidades a sus matrices, lo que dejó prácticamente estancado el financiamiento al desarrollo nacional. Conviene recordar que, como se documentó, las utilidades y pagos a los bancos opacaron el estímulo a nuestra economía de las remesas de los trabajadores mexicanos en el exterior.

La entrega del sistema de pagos a los extranjeros y el saqueo significaron un viraje histórico -llevado a cabo entre 1995 y 1998 y continuado hasta el final del periodo bajo estudio- tan perjudicial que canceló la posibilidad de tomar decisiones soberanas para el desarrollo del país.

La del neoliberalismo fue una crisis diferente... y hubiera requerido una solución distinta.

Como se ha señalado, a diferencia de las crisis ocurridas al término de un sexenio, como las de 1976, 1982 y 1987, la de 1995 fue singular: además de producirse al inicio de un gobierno, la deuda pública había sido considerablemente reducida y el déficit fiscal había disminuido en forma notable. Sin duda, la diferencia más importante respecto de las anteriores fue que la crisis de 1995 ocurrió cuando el deudor no era el gobierno, sino las empresas y las familias, y las soluciones que se adoptaron en realidad agravaron los problemas, en vez de resolverlos. Todavía al final del periodo bajo estudio más de la mitad de la población consideraba que el país estaba en crisis.

Conviene insistir en que, en 1995, podía haberse adoptado en México otra política económica para salir de la crisis y evitar efectos tan adversos para el país. En ese momento debió haberse dado un debate abierto y amplio sobre las políticas públicas, con lo cual no se hubiera adoptado el modelo neoliberal. Un debate amplio, una conducción responsable y un equipo competente hubieran permitido propuestas alternativas acertadas. Sobre todo, resulta inaceptable que en diciembre de 1994 se haya privilegiado con información confidencial a unos cuantos mexicanos para vaciar las reservas internacionales, mientras el gobierno duplicaba, solamente en ese mes, la emisión de Tesobonos en dólares, lo que llevó al país a la insolvencia al inicio de 1995.

De haberse reconocido que se había cometido tal error, se hubiera aceptado que no era necesaria una contracción económica, en virtud de que el gobierno tenía una situación financiera favorable; cualquier economista competente podía observar que, al inicio de esa administración, el deudor no era el gobierno, sino las empresas y las familias. Otro error mayúsculo fue permitir promover las desorbitadas alzas en las tazas de interés, porque destruyeron a esas empresas y empobrecieron a estas familias.

Ante la crisis, se prefirió el encubrimiento y se dañó gravemente al país y su confianza. La protección de la burocracia que cometió el "error de diciembre" se puso por encima del salvamento de las familias y las empresas, y del interés superior de la nación. Peor aun, pedir ayuda a un gobierno extranjero, aceptar la imposición de sus políticas y entregarles el sistema de pagos, derivó en un viraje de proporciones históricas. La segunda administración neoliberal pudo haber realizado un balance de lo que había sucedido y, de esa manera, recuperar la condición soberana y sentar las bases para un crecimiento mayor del país. Pero prefirieron el encubrimiento, como ellos mismos lo reconocieron.

Todavía no se ha dado una explicación convincente sobre la ausencia de decisiones soberanas y de un balance de activos y pasivos. El resultado fue que el pueblo no supo que el segundo gobierno neoliberal carecía de palancas internas para compensar la incertidumbre externa. Pero lo más grave fue que fracturaron la confianza interna de los mexicanos en sí mismos y en su capacidad para enfrentar los problemas. Ése, es uno de lo legados más nocivos del neoliberalismo en México.

El populismo autoritario significó un retroceso en la posibilidad de un proyecto progresista.

La experiencia populista en la capital de la República ha dejado un balance igualmente desfavorable. Ejercieron su versión del populismo desde el poder que les proporcionó gobernar la capital de la República. La lista de resultados adversos es impresionante: debilitaron las instituciones y se negaron a rendir cuentas, por lo que fueron reprobados en transparencia gubernamental, fueron intolerantes con la crítica y atropellaron el Estado de derecho, en particular al ignorar las resoluciones de los jueces. La inseguridad explotó en la capital y también el narcomenudeo, bajo un gobierno considerado criminógeno y carcelario. Despreciaron el respeto a los derechos humanos, así como los de los niños.

Practicaron el maniqueísmo y el doblez al denunciar las desigualdades sociales, pero favorecieron a unos cuantos privilegiados, que se beneficiaron de contratos sin que mediara concurso público. Usaron recursos gubernamentales para movilizar simpatizantes y perseguir a sus adversarios. La corrupción creció entre los miembros del equipo más cercano al Gobierno.

Promovieron el clientelismo burocrático como policía social y privilegiaron a grupos vinculados con sus organizaciones políticas. Debilitaron el capital social y la organización popular.

Duplicaron la deuda pública, elevaron el gasto corriente, cayó la inversión pública. Utilizaron la recaudación fiscal en declive para subsidios sin justificación clara. Aumentaron el comercio ambulante y la economía informal, integrada por grupos afines a ellos, mediante sus políticas clientelares. Las obras públicas beneficiaron a la población con mayores ingresos: se canceló la construcción de nuevas líneas del Metro, el transporte colectivo. Cayó el mantenimiento de la infraestructura de la Ciudad.

Se desatendió el cuidado del medio ambiente y la calidad de vida de los niños. Se estancó el crecimiento económico y creció el desempleo.

Para ocultar este desolador panorama, recurrieron a la construcción de mitos personales, mediante la presión a medios de comunicación para manipular la opinión pública. Ejercieron abundantes recursos públicos para sus campañas de promoción personal. Según ellos, sus errores o desaciertos fueron producto de "complots". Terminaron comparándose con Jesús como Mesías.

Toda su acción se orientó a construir una alternativa que ubicara al Estado por encima de la sociedad civil organizada. Lo consideraban el propósito central de su proyecto nacional. No resultó en una alternativa moderna de izquierda.

¿Cómo lograron los neoliberales y los populistas autoritarios que la opinión pública los eximiera de esos desastres? La construcción del chivo expiatorio.

Los estragos de la crisis económica y las adversas políticas subsecuentes propiciaron el desaliento nacional y una irritación pública manifiesta. Sin embargo, el neoliberalismo logró perpetuarse más de una década en el poder público del país y los populistas autoritarios se mantuvieron en el poder local. En realidad, al mismo tiempo que optaron por el encubrimiento, facilitado por las autoridades extranjeras, recurrieron a un procedimiento interno para evitar el reclamo social por tan grave desastre.

Conviene precisar el método utilizado dentro del país para sustituir su responsabilidad en la bancarrota nacional. Recuérdese que el efecto de la crisis ocurrió cuando yo ya había entregado el poder a la nueva administración. Por tanto, y como ya he señalado, en un primer momento la sociedad y los medios de comunicación advirtieron que la crisis había sido provocada por la incompetencia del nuevo gobierno, al que calificaron de incapaz y débil. Esta opinión produjo intranquilidad entre las nuevas autoridades, pues era evidente que reducía su campo de acción para tratar de resolver la crisis económica. Incluso se ponía en duda su permanencia en el cargo.

A la percepción social sobre la incompetencia del nuevo gobierno se añadió el hecho de que no llegaba la ayuda solicitada a las autoridades de Estados Unidos. No obstante, para el Congreso y el gobierno de ese país era imposible aprobar el préstamo si antes no expulsaban a la administración solicitante del error monumental cometido un par de meses atrás. En todo caso, si se imputaba la responsabilidad al nuevo gobierno, quienes solicitaran el auxilio podrían pedir primero una sanción.

A cambio de lo solicitado, los extranjeros obtuvieron el sistema de pagos del país y el debilitamiento de Pemex, nuestros vecinos se mostraron dispuestos a obviar el "error de diciembre", atribuir a mi administración la crisis y aprovecharse de la debilidad que les ofrecía el nuevo gobierno. Algunos directivos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) prefirieron culpar al pasado que recriminar a un gobierno al cual iban a tener que apoyar para sacarlo de la crisis y con el cual debían acordar los términos del rescate.

Ante la evidente debilidad del nuevo gobierno (quien en su inicio se había comprometido a profundizar las reformas emprendidas durante mi administración), la numenklatura inició su guerra contra los cambios que afectaban sus intereses. Las nuevas circunstancias resultaban propicias para su beligerancia. Las pretensiones de esos grupos encontraron aliados inmediatos entre algunos funcionarios del gobierno recién iniciado, dispuestos a asegurar un salvamento rápido, y a cualquier costo, del naufragio que ellos mismos habían provocado.

Así se conformó una mancuerna perfecta: por un lado, los grupos tradicionalistas encontraron una nueva oportunidad para tratar de recuperar las cuotas de poder real perdidas con las reformas; por el otro, el equipo gobernante recién integrado se apoyó en esos grupos para sacar adelante una serie de decisiones que buscaban enmendar las funestas consecuencias de sus primeros actos. Su primera decisión fue atribuirle a mi gobierno la crisis desatada por el "error de diciembre". Concertaron una estrategia para inducir el ánimo social contra el régimen anterior y contra los funcionarios y miembros de la sociedad civil a su alcance, construyeron una plataforma para corregir sus propias indecisiones y sus propios desaciertos y atribuyeron el origen de los acontecimientos de diciembre a quienes no tuvieron relación con aquellas acciones fallidas.

Las crisis y el riesgo del conflicto

La alternativa del populismo autoritario también recurrió a estas inducciones del ánimo social, que condujeron a tensiones sociales. Junto a los resultados desalentadores de esta alternativa, la crisis neoliberal fue una catástrofe terrible, Además de desplomar, durante 1995 y 1996, los avances arduamente construidos para la estabilidad económica y la mejoría social, hizo renacer un riesgo presente en todas las sociedades, el del debilitamiento del tejido social y, con ello, el surgimiento del conflicto de unos contra otros. Ocurrió, además, cuando a partir de esos años se desarticuló el sistema judicial y la procuración de justicia se utilizó con propósitos políticos.

La tensión y el riesgo de confrontación existen en todas las sociedades, pero éstas han desarrollado un método para evitar que las amenace con su extinción. Un sistema de procuración de justicia caracterizado por ser justo, legal y legítimo puede dirimir esa violencia de unos contra otros e imponer sanciones que sean aceptadas como finales. De esta manera se limita la posibilidad del escalamiento del conflicto, la repetición del acto de uno contra otro y el de las represalias sin fin, como bien se ha estudiado.

Después de una crisis o de los resultados adversos en la aplicación de una alternativa, ¿cómo restaurar la armonía en la comunidad?, ¿cómo reconstruir el tejido social? El problema principal es proteger a la comunidad del conflicto interno, evitar que las rivalidades, diferencias y confrontaciones dentro de la comunidad degeneren en agresividad creciente e interminable.

Las sociedades primitivas tienen como característica fundamental la ausencia de un sistema imparcial de justicia. Por eso necesitan encontrar un mecanismo sustituto para neutralizar el conflicto. Se ha demostrado que en el mundo clásico de Grecia, como en la tradición musulmana y en el Antiguo Testamento, ante la ausencia de un sistema judicial imparcial, la agresividad social tuvo que orientarse hacia otro objeto: "La sociedad intenta desviar hacia una víctima [...] una violencia que amenaza con herir a sus propios miembros". Ese sustituto, esa víctima, era sacrificada. Su sacrificio buscaba restaurar la armonía de la comunidad, reforzar su fábrica social. El sacrificio sustituía no a un individuo amenazado, sino a todos los miembros de la comunidad.

En China, la literatura clásica reconocía que "gracias [al sacrificio] las poblaciones permanecen tranquilas y no se agitan. Refuerzan la unidad de la nación". Eso permitía frenar el conflicto, Eurípides recuerda en Medea (como lo hizo Homero con Ajax) que, cuando la violencia "no es satisfecha [...] sigue almacenándose hasta el momento en que se desborda y se esparce por los alrededores con los efectos más desastrosos". Tiene que evitarse, asimismo, el problema de la represalia interminable, repetitiva, pues puede provocar una reacción en cadena que resulte fatal para la sociedad y ponga en riesgo su propia existencia. Por eso, en las sociedades primitivas se escoge para ser sacrificado a un individuo que no pueda recurrir al resarcimiento.

El sistema judicial que caracteriza a las sociedades modernas rompe el círculo vicioso de las venganzas: sus decisiones siempre se afirman como la última palabra. El proceso está terminado. Así, sólo una autoridad soberana puede eliminar la posibilidad de la compensación perpetua, una lucha feudal o la guerra civil.

Cuando el sistema judicial es sólido, respetado y bien establecido, se reduce la necesidad de un chivo expiatorio para ser sacrificado como en las sociedades primitivas. Las instituciones sólidas tienen interconstruido un freno automático contra el conflicto.

Por eso, cuando el sistema judicial es soberano e independiente, sus decisiones no pueden ser desafiadas por ningún individuo o grupo, ni siquiera por la colectividad. Es una autoridad judicial que no depende de nadie, y por eso mismo está al servicio de todos y es universalmente respetada. Posee el monopolio absoluto de los medios de sanción y trata esa enfermedad (la venganza) sin temor de contagio y, por lo tanto, cura y previene la violencia. El sistema judicial sustituye al sacrificio. Su sanción es justa, legal y legítima.

Si no se tiene un sistema judicial independiente, se está en el terreno de las sociedades primitivas, expuestas a la multiplicación o exasperación de la venganza. Para evitarla, los sacrificios rituales asumen papeles esenciales en sociedades que no tienen un sistema judicial firme. En ellas la función de los rituales es "purificar" la iracunda social.

Durante la década perdida tuvieron que fabricar diversos chivos expiatorios para encubrirse, pero provocaron la regresión en el sistema de impartición y procuración de justicia.

Al coincidir en sus intereses, los neoliberales y los populistas siguieron dos estrategias principales: por un lado, utilizar los medios de comunicación afines para difundir constantes filtraciones sobre supuestas acusaciones a los señalados por ellos. Por el otro, de las filtraciones pasaron a los juicios paralelos "ante el tribunal de la opinión pública". De tal suerte, los medios anticiparon procedimientos y presionaron por resoluciones judiciales. Por su parte, las autoridades penales los apoyaron en la filtración de expedientes y con la difusión de opiniones, lo que violentó el orden constitucional y los derechos fundamentales.

La práctica de inducir el ánimo de la colectividad mediante la comunicación social y los procedimientos legales, sobre todo de carácter penal, provocó una regresión. Así, la autoridad encontró un medio para reivindicar enconos fabricados con antelación por el poder mismo y sus alianzas corporativas con los medios. Esto explicó que en esa década el Poder Ejecutivo haya determinado a los miembros del Poder Judicial y eso fue señalado como uno de los más grandes obstáculos para el desarrollo del país. En el periodo bajo estudio, la discrecionalidad de los aparatos de justicia se convirtió en una herramienta para la constante manifestación de la voluntad oficial: así resultó culpable aquel que se decidió que lo fuera y, en consecuencia, se declaró inocente a quien se quiso favorecer.

Tuvo que vulnerarse el Estado de derecho para construir los chivos expiatorios que sustituyeron la incompetencia de los responsables.

René Girard, en su texto clásico sobre El chivo expiatorio, señala que en tiempos de crisis ocurre un colapso institucional y las persecuciones con resonancias colectivas, "legales en sus formas pero estimuladas generalmente por una opinión pública sobreexcitada". El responsable generalmente es el símbolo de autoridad suprema. El estereotipo es el de uno o varios individuos que se convirtieron en extremadamente dañinos para la sociedad.

Dado que cualquier comunidad que ha sufrido una catástrofe terrible enfrenta el riego del conflicto colectivo, cuando se da la ausencia de un sistema judicial independiente, "la violencia de la crisis debe ser orientada hacia un responsable: todos contribuyen a que así sea". A partir de entonces, "todos los problemas de la comunidad son responsabilidad de la víctima sustituta, del chivo expiatorio". En lugar de que los miembros de la comunidad descarguen sus agresiones uno al otro, ahora sacrifican a uno o a varios. El mecanismo ha sido bien estudiado:

"¿Quién ha comenzado la crisis?" Toda la investigación es una caza al chivo propiciatorio que acaba por dirigirse, a fin de cuentas, contra el que la ha comenzado. [...] ¿Cuál es el misterioso mecanismo que consiguió inmovilizarla? La acusación que a partir de ahora pasará por "verdadera" no se diferenciará en nada de las que pasarán por "falsas", salvo que ninguna voz se levanta ya para contradecir nada de lo dicho. Una versión especial de los acontecimientos acaba por imponerse; pierde su carácter polémico para convertirse en la verdad del mito, en el propio mito. La fijación mítica debe definirse como un fenómeno de unanimidad. Allí es donde dos, tres, mil acusaciones simétricas e invertidas se cruzaban, predomina una sola de ellas, y en torno a ella todo el resto calla. El antagonismo de cada cual contra cada cual es sustituido por la unión de todos contra uno. [...] La ciudad entera se desplazará de golpe hacia la unanimidad violenta que la liberará "...borra toda memoria del pasado".

A partir de la selección del chivo expiatorio, el cual puede ser un individuo, un grupo o sector social, el proceso se desencadena sin detenerse:

Cuando la comunidad logra convencerse de que uno solo de sus miembros es el responsable, entonces las creencias se vuelven realidad, y hay que destruir a la víctima sustituta. Esta lucidez se acompaña de una ignorancia incluyente: de un solo golpe, borra toda memoria del pasado. Al canalizarlo a una sola víctima sustituta, evitan que la violencia envenene su presente y su futuro. Se requiere una fe absoluta en la culpabilidad de la víctima sustituta...

Aquí entra la acción de los medios de comunicación para circular rápidamente la acusación sin base y convertida en prueba irrefutable:

La comunidad se esfuerza desesperadamente por convencerse de que todos sus males son la falta de un individuo aislado, del cual se puede disponer fácilmente. Se lanza una furia y un miedo colectivo en el mecanismo para seleccionar a la víctima sustituta... Una sola víctima puede sustituir a todas las víctimas potenciales, a todos los hermanos enemigos que cada cual se esfuerza en expulsar, esto es, en todos los hombres sin excepción, en el interior de una comunidad. Para que la sospecha de cada cual contra todos los demás se convierta en la convicción de todos contra uno solo, no hace falta nada o muy poco. El indicio más ridículo, la más ínfima presunción, se comunicará de unos a otros a una velocidad vertiginosa y se convertirá casi instantáneamente en una prueba irrefutable.

Una vez seleccionados aquellos que serán el chivo expiatorio, la comunidad puede encontrar un camino para encauzar su conflicto y enojo. Al mismo tiempo acepta como verdad el ocultamiento de los hechos reales.

En lugar de la violencia colectiva que se teme, se genera una unanimidad violenta. Todos contra uno... La función de crear un chivo expiatorio, la víctima sustituta, tiene una naturaleza fuertemente funcional: al promover unanimidad desarticula la violencia, y al prevenir el conflicto dentro de la comunidad permite que no se conozca la verdad. Mientras más detestable aparece la víctima, y mientras más pasiones levanta, más eficazmente funciona la maquinaria... Es benéfico porque evita que explote la violencia. Permite adoptar una respuesta que pueda ser abiertamente apoyada y fervientemente actuada por todos.

El desenlace es reconocido:

Su propósito es mantener el statu quo mediante un acto unánime de violencia contra el chivo expiatorio... se busca recuperara la certidumbre en lugar de la incertidumbre que acompaña a la violencia contagiosa... mientras más critica la situación, más "importante" tiene que ser la víctima a sacrificar.

Convirtieron en chivos expiatorios a políticos, empresarios, profesionistas, luchadores sociales y comentaristas.

Nuestro país no cayó en el conflicto primitivo ni en el moderno que sugiere Girard, a diferencia de otros países latinoamericanos que padecieron dictaduras y traumas permanentes durante el siglo XX. Sin embargo el trabajo de Girard permite apreciar desde otra perspectiva lo que sucedió durante la década perdida.

La búsqueda de chivos expiatorios, su localización y castigo ritual, año con año, sin cansancio, como si fueran "moros y cristianos", es similar a la época de esas guerras cuando muchos tuvieron que convertirse a fuerza. Ha sido la manera tradicional de escaparse de la verdad, de evadir los problemas reales. Todo el acoso, la fabricación de culpables, los sobornos a testigos, entre otros, todo aquel sacrificio ritual promovido por los que mandaban entonces (y siguieron mandando muchos años después) se utilizó para engañar a la nación, para encubrir sus propios errores y las entregas a los extranjeros, cuyas consecuencias funestas para México, tanto en la economía como en la sociedad, la política y la moral, ya no es posible ocultar. Por eso se ha tenido que luchar y resistir.

A partir del inicio de la década perdida se requirieron métodos más sofisticados para lograr el efecto de inducir el ánimo colectivo con fines de control social al atribuir la responsabilidad en la crisis o en las insuficiencias generadas por su incompetencia. Ya he señalado con anterioridad que entre las investigaciones contemporáneas sobre los medios de comunicación y su capacidad para generar preocupación social, el sociólogo Stanley Chen introdujo un concepto muy certero: "pánico moral". Cohen definió la creación del pánico moral como el mecanismo mediante el cual una condición (por ejemplo, la de un ex presidente a quien se le ha atribuido un poder inconmensurable), un episodio (la crisis de 1995), una persona o un grupo de personas (todos los que fueron perseguidos) son presentados por la propaganda como una amenaza para los valores e intereses sociales. En este proceso, los medios se encargan de "sensibilizar moralmente" a la sociedad, al determinar tanto la noción pública de los problemas que ella afronta como las respuestas sociales ante tales problemas.

Mediante la repetición de esta interpretación y sus consecuencias se produce una creciente atracción del interés público, la cual termina por crear una completa animadversión hacia los individuos, grupos o instituciones a los que se ha señalado como responsables. Muy pronto, la dinámica generada por la repetición a través de los medios propicia una necesidad en la opinión pública de castigar a los supuestos culpables, lo que incluye el reclamo urgente de imponerles penas judiciales sin mayor trámite ni oportunidad de defensa. La intensidad de la atención pública suele llegar acompañada de la llamada "espiral del silencio", definida por Elizabeth Noel- Newman: la recién generada opinión dominante -creada a través de la amenaza de carácter social y en México también económica, política e incluso judicial contra quien se atreve a disentir de esa línea- acalla cualquier discurso diferente del impuesto a través del fenómeno del pánico moral.

Así, se presionó, e incluso se amenazó, a quienes habían sido señalados por quienes encabezaban estas alternativas. Rápidamente lograron que toda opinión favorable o neutral fuera literalmente silenciada. Se fomentó el fenómeno de la espiral del silencio. Se ha comparado esta intimidación social con el diagnóstico que se ha hecho de las sociedades que han padecido tortura como "enfermas de pánico", en lo cual lo más denigrante es "obligarte a traicionar tus afectos y tus lealtades. Lo más humillante es la traición". En los hechos, acallaron toda versión opuesta a la opinión dominante que se fabricaba a través del neoliberalismo y del populismo autoritario.

Con el tiempo se fue reconociendo que, efectivamente, fue una campaña cuidadosamente orquestada. A tal grado llegó ese reconocimiento que, paradójicamente, se utilizaba para hacer comparaciones. Por ejemplo, en febrero de 2007 los simpatizantes del candidato presidencial derrotado la utilizaban para explicar sus problemas: "Atribuyen la baja a una enérgica campaña de desprestigio, peor que la operada contra Carlos Salinas".

Los neoliberales lograron su salvación personal, con grandes costos para el país. La población demandó, en consecuencia, una alternativa. En lugar de encontrar una opción progresista, la alternativa se construyó con el populismo autoritario, con todas las consecuencias negativas que ya se han documentado.

La urgencia de una nueva alternativa. Tiene que relanzar la modernización popular y soberana para revertir el gran viraje.

El neoliberalismo y el populismo autoritario resultaron adversos para el país a pesar del enorme esfuerzo que miles de mexicanos pusieron a favor de propósitos superiores. Esos mexicanos trabajaron dentro de esos gobiernos, en los principales partidos políticos y organizaciones de la sociedad civil; lo hicieron con un desempeño honesto y comprometido; pero fueron avasallados en sus nobles propósitos por los dirigentes que impusieron estas dos alternativas.

Las debilidades nacionales generadas por neoliberales y populistas complican las enormes incertidumbres que acompañan al inicio de este siglo: un contexto geopolítico internacional donde se da la presencia hegemónica de la Nueva Roma y con la escena económica de la globalización mayormente concentrada en el capital especulativo, el cual parece hacer cada vez más irrelevantes a los Estados nacionales. Todo en el marco de una ansiedad generada por las contradicciones del sistema que se ha vuelto dominante.

Internamente, la década perdida trajo más decepción, más desesperanza y, en consecuencia, menos voluntad nacional. Es necesario volver a recuperar la capacidad de creer y curar la vergüenza de haber tenido fe "en que los mexicanos pueden hacer que su trabajo y su valía sean consistentes y duraderos". Hay que volver a creer en nuestra capacidad cívico-política, es decir, en el futuro del país. Si no recobramos la confianza colectiva, si sólo nos organizamos por cuenta propia y a duras penas luchamos por la agenda particular, el camino a la "modernidad" será únicamente el de la dependencia extranjera.

Los rasgos para México son grandes, sobre todo por el fracaso de las dos alternativas. Hay una gran ansiedad por el destino de la próxima generación y una gran insatisfacción con los resultados de ambas opciones, en medio de una gran polarización. Por eso la batalla de las ideas tiene que proporcionar una propuesta que cancele el gran viraje histórico y retome el proceso de la modernización popular y soberana, diferente del falso dilema de escoger entre el mercado y el Estado. Ésta es una asignatura pendiente que exige pronta respuesta, y reclama compromiso decidido en las palabras y en los hechos con las mejores causas históricas de México.

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